Críticos de la escuela como institución y su labor formativa han existido siempre, pero en tiempos recientes la muerte del espacio geográfico de la «escuela» supone un debate epistémico, no sólo de sus actores y prácticas, sino también de sus espacios y objetivos.
Por: Jorge F. Quiroz
7 de abril, 2021, Ciudad de México.
En palabras del gran filólogo alemán, Werner Jaeger:
Todo pueblo que alcanza un cierto grado de desarrollo se halla naturalmente inclinado a practicar la educación. La educación es el principio mediante el cual la comunidad humana conserva y transmite su peculiaridad física y espiritual.
W. Jaeger.
Desde hace algún tiempo se ha pensado que la sociedad del futuro no dependerá de las escuelas ni de la educación académica, es más, se ha pensado que las escuelas deberían desaparecer y que son únicamente un lastre para el “progreso”. O también, por el contrario se ha pensado a las escuelas como grandes fábricas que limitan la individualidad y perpetúan la legitimidad del Estado.
Es pues la escuela, aparentemente, el cáncer que provoca todos los males de la sociedad, y por tanto, su actividad principal, el educar, se vuelve algo venenoso para la sociedad.
Sin embargo, es muy fácil criticar a la escuela cuando nadie la va a defender; Es decir, se ha hecho énfasis en el fracaso de la educación y de su institución, la escuela, poniendo un extraño ímpetu en la escuela pública, y raramente aludiendo a la educación privada. Si la escuela fuera un fracaso ¿por qué siguen existiendo instituciones privadas cuyo servicio es educativo? ¿Por qué pensamos que las escuelas públicas deben percibir menor presupuesto, pero con resultados excepcionales?

La muerte de la educación no es un presagio de fortuna, más bien augurio de grandes catástrofes. Todo esto es por interpretaciones erróneas y responsabilidades que le hemos atribuido a la escuela y a la educación.
Primero, la educación no debe obedecer a intereses que no sean los propios del saber, es decir, la escuela no debería ser por ningún motivo concebida para generar mano de obra calificada, puede hacerlo, evidentemente, pero de lo contrario la escuela no educaría, sólo instruiría y capacitaría a las personas, acto que se puede hacer en unos cuantos meses o no más de un año. Sin la aparente necesidad de invertir, por casi un lustro, a nuestra educación universitaria (o toda la niñez para el nivel básico).
El problema pedagógico entre educar o instruir pareciera falso (para los poco experimentados o los más miopes), esto es evidente ya desde la Apología de Sócrates; un niño que sabe utilizar un arma, aprendió algo, está instruido, pero no está educado.
Con ello debemos entender que la escuela debe, primordialmente, ser formadora de ciudadanos, no de mano de obra. eso es en todo caso secundario. No porque no sea considerable la labor de aprender un oficio, sino que no es la única vocación de la escuela. Hoy más que antes percibimos esto de manera notable.
Pareciera que la escuela esta dislocada de toda necesidad de hacer o de emprender económicamente. Esto no es por una falta a conciencia de la necesidad económica, sino más bien, la escuela no es reguladora de la oferta laboral o de la cantidad de empleos que se generan en determinada área; eso es más tema del gobierno y su facultad como órgano regulador.
En segundo término, el decir que la educación es respuesta a todos los problemas de la sociedad, esto como arma arrojadiza, como si la escuela y la educación atendieran todo tipo de problemas, es tan ridículo como pensar que en un hospital deberían darme un antivirus para mi computador, sólo por el hecho de que ahí curan y atienden enfermedades.

En efecto, la educación genera profesionistas, tal como los especialistas de la salud, en cuyo caso atienden a curar y aliviar enfermedades. Entonces ¿Qué es preferible? ¿Hacer médicos capacitados que ayuden a combatir los males del cuerpo o generar profesionistas de la salud que puedan cobrar y hacerse millonarios con su quehacer? Me parece que la respuesta es evidente. Teniendo en claro siempre que, no hay nada de malo en ganarse la vida con lo que uno estudia, pero eso no es ocupación de la escuela, repito.
A todo esto, hay que agregarle la crisis provocada por la pandemia global. Ello no es el culmen de todos los males que acarreaba y que le achacaban a la escuela y a la “educación”, con esto no se entienda que la escuela no tenía problemas, obviamente los tenía, por inercia, por malas prácticas o por objetivos ajenos a la escuela misma; Sin embargo, la solución no es anunciar la muerte de esta institución; Más bien, es saber que la escuela (a diferencia de muchas otras instituciones) es un ente cambiante y adaptativo; desde la academia platónica, el liceo, las abadías, los institutos, las universidades y llegando hasta las aulas en línea, siendo éstos algunos ejemplos de la adaptabilidad de dicha institución.
La escuela necesita ser repensada, sí, tanto en su modelo educativo, didáctico, organizacional y hasta arquitectónico (eliminar su distribución carcelaria), pero nunca su muerte, nunca su sepulcro. Ello sólo nos llevaría a la muerte de nosotros mismos. La escuela y la educación se construye y se define a través del apoyo y contribución de nosotros como sociedad.
Referencias: Jaeger, W (2016). Paideia: ideales de la cultura griega. Fondo de cultura Económica, México DF.