Y aparece una mayor

Un secreto con olor salado se esconde en anécdotas que chocan aterrizando en las calles de Kristiansand.

Por: Mel CC. Alarcón // @mccaart | Ilustración: Zacnite Bazán // @izgab.96

| Viernes 28 de octubre, 2022, Ciudad de México.

| Tiempo de lectura: 2 min.

Ilustración: Zacnite Bazán // @izgab.96

33 científicos dijeron que los cefalópodos eran alienígenas, y en ese entonces teníamos razones válidas para no creerles. Yo, siendo chibola, bromeaba pensando que era bamba… Varias revistas y artículos aseguraron que ninguno de los «científicos» eran zoólogos, que el estudio era un chiste, que la explosión cámbrica no fue un proceso iniciado por extraterrestres. Cuando mi mamá se recupere, a lo mejor les cuenta lo mismo. 

La prima de mi padrastro fue la primera que me habló de ellos. Su cuarto en el hospital psiquiátrico era estéril. Intenté hablar sobre cómo se sentía. Pero me contaba la misma historia del accidente repetidamente, en versiones cada vez más desordenadas. Que el bote se había volcado. Que el bote estalló en llamas. Que el bote se había partido en dos, a lo Titanic. Pero siempre… en todas las versiones, recordaba algo en el agua. Una boca enorme como un pico de loro, que se abría y cerraba. Salí de allí llorando. 

Un mes antes yo había estado de mochilera con unos amigos. Ya había señas entonces, leí noticias en mi celu en un bar equis de Bruselas. Algo sobre «el undécimo pulpo de este mes en EE.UU. que se escapaba de su tanque y desaparecía». Me regresé a Kristiansand temprano cuando me enteré del accidente, mi padrastro había estado en ese bote, y estaba en estado crítico. Falleció la misma noche que se hicieron conocidos.

En mi bus al hospital solo estaba un señor mayor, una pareja, y yo. En eso, un apagón. Ahora ya estamos acostumbrados, pero tienen que entender que en ese entonces Noruega no tenía apagones seguidos. Al llegar al paradero del hospital, me llegó un mensaje de un amigo que seguía en Europa central. «¿Estás bien? Vi las noticias».

El generador del hospital lo hacía un punto brillante en una ciudad oscurísima. Le respondí que mi papá acababa de fallecer, así que estaba mal, pero también le pregunté si se refería al apagón. Aceleré el paso hacía la entrada del hospital. El aire olía salado. Como si estuviera justo al lado de la orilla. Mi celu vibró en mi bolsillo pero no lo miré. Unos gritos de niñas se oyeron a lo lejos. No paré de caminar. Mi mirada fija sobre las puertas del hospital. Se oían bocinas de carros y más gritos al otro lado del río. Mi celu se volvió loco pero lo ignoraba. Cuando oí a la pareja detrás de mí gritar, frené en seco y miré hacía la cacofonía.

Un grupo de pulpos se estaban trepando al señor anciano. No tuve tiempo de reaccionar. Arriba nuestro, tentáculos brillaban ondulando entre las estrellas. Algunos habían ya recogido alguno que otro objeto, pero estaba muy lejos para ver qué. No siempre he tenido la fuerza que tengo ahora, pero corrí fuerte por mi mamá esa noche. En el medio del cielo, la luz del hospital se reflejaba sobre una boca, como el pico de un loro, que se abría y cerraba.

Sobre el autor

Mel CC. Alarcón nació en Lima en 1998 y se mudó a Noruega a sus 10 años de edad. Trabaja escribiendo su tesis de maestría de Español y Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Bergen. Publica regularmente en la revista digital Codex Sulpurista (@codexsulpurista en Instagram) y contribuyó a la antología poética «Como Hermanos» de Ediciones Afrodita. Se le puede encontrar en Instagram @mccaart, donde publica poemas, traducciones fanzines y alguna que otra pintura.

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