El mercado del calzado ofrece gran variedad de productos a costos accesibles, sin embargo, el zapatero remendón busca seguir en la preferencia de la gente.
Por: Miguel Mariscal // @1miguel.mariscal
| Martes 2 de mayo, 2023, Guadalajara, Jalisco.
| Tiempo de lectura: 3 min

«Zapatero a tus zapatos», reza el refrán muy popular, un oficio de mucha tradición en México. El concepto acomoda tanto al productor de calzado como al que los repara, lo lamentable es que tanto uno como otro se encuentran como especies en peligro de extinción.
Si en esta cadena productiva se afecta al fabricante cuanto más al eslabón más próximo y vulnerable que es el servicio de la reparación. Aquel zapatero remendón, señor o joven, que dedica sus habilidades, su experiencia y destreza -adquirida tal vez por generaciones- para dar un servicio directo al consumidor.
La ciudad es el escenario de su trabajo, desafortunadamente el ritmo económico, el avance en la tecnología y otras tantas variables fueron haciendo de lado este trabajo donde cada vez vemos menos reparadores de calzado.

Sin embargo, y afortunadamente, si buscamos encontraremos alguno como el señor Guadalupe que, como todos los días desde hace ya varios lustros, abre su pequeño local; ve los pendientes, abre algunas bolsas y como todo buen cirujano comienza a escoger su instrumental ortopédico. Para ello, utiliza herramientas como martillo, tenazas, desarmador plano o de cruz, cuchilla y clavos. Materiales como hule, vaqueta, cemento, tinta fuerte y la piel que es para los parches o correas.
Y a darle a la resucitación de aquellas chanclas que uno por comodidad, apego o economía no quieren que mueran. Tal vez sea el último tirón que a dichos zapatos se les pueda componer de suelas gastadas, tacones maltrechos, alguna tira suelta o desgarraduras por tanto kilometraje andado.
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Con la mayor democracia, don Lupe interviene cada uno de los zapatos que le llevan a arreglar. Aunque el nombre genérico es “zapato”, sabemos que dentro de este oficio tan antiguo de calzarnos conlleva una gran variedad de ellos y que, gracias a la modernidad, el gusto o la comodidad hay un sinfín de subproductos: zapato, huarache, sandalia, tenis, bota y demás.

Parece ser que el oficio de reparador de calzado tiene una clara tendencia a la desaparición. Muchas causas han llevado al límite a este trabajo que tiene que ver con el andar. Una de ellas es la fabricación en serie de calzado barato y de menor calidad. Duran apenas una temporada y por su bajo costo de producción (tanto de material como de mano de obra) y una vez cumplido su ciclo de uso ya no compensa llevarlos al taller para arreglarlos.
Actualmente muchas de las herramientas digamos manuales han quedado en desuso, las técnicas de producción se modificaron ante la aparición de los nuevos métodos, con ello también han aparecido otras circunstancias desfavorables: competencia con el calzado desechable, precios bajos de competencias, cambios en los materiales de fabricación y sus técnicas de producción, incrementos en sus materias primas de trabajo, etcétera.
El sector calzado ha atravesado por muchas circunstancias difíciles. Parece ser que el problema viene de más atrás, cuando a principios de los años ochenta en México se dio la liberación comercial de muchos productos y uno de ellos fue el calzado. Ocasionando con esto la importación de calzado fabricado en China. Esto golpeó a los fabricantes locales que competían en condiciones desfavorables. El hecho de ser una industria tradicional tuvo varias repercusiones económicas que le afectaron directamente como la crisis de 1982, la devaluación de 1994-1995, además de los acuerdos económicos internacionales.
Y aunque estas circunstancias por un lado le dieron al consumidor la opción de consumir un calzado de bajo costo y la posibilidad inmediata de comprar calzado nuevo antes que llevar a componer; por otro, perjudicó la demanda de la reparación, afectando económicamente al señor remendón que es el último en la cadena de servicio de este sector.
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Así contra viento y marea vemos a don Lupe ya haciendo trazos sobre la piel, cortando vaqueta, pegando, cosiendo con habilidad en su maquinita de ‘codo’, sacando filo a la navaja, ya con un solvente o una tinta, arreglando descomposturas de zapato o bolsos incluso (como otra opción de servicio).
Y así, como muchos otros artesanos batallando si no en conseguir mayor clientela, sí tratando de conservar la existente. El remendón sabe -con cierta esperanza- que todavía hay muchos clientes que procuran por el momento arreglar sus zapatos tal vez como última opción antes de comprar.