Una ciudad está viva cuando cuenta su historia bajo los ojos de una calle, una estación o su propio movimiento comercial.
Por: Miguel Mariscal // @1miguel.mariscal
| Miércoles 5 de abril, 2023, Guadalajara, Jalisco.
| Tiempo de lectura: 3 min

En el cruce de las calles más representativas y céntricas de la ciudad de Guadalajara: Javier Mina y la Calzada Independencia, se encuentra la estación San Juan de Dios, estación subterránea del transporte público que pertenece a la línea 2 del Sistema de Tren Eléctrico Urbano, llamado sencillamente «Tren Ligero», del cual, en total, son tres las líneas que hay en la ciudad.
Este punto fue crucial desde la fundación de la ciudad, ya que ésta se organizó a escasos metros desde aquí. Nuño de Guzmán, después de haber fracasado en tres intentos en fundar una ciudad estratégica para el comercio en occidente, y que además contrarrestara el centralismo de Hernán Cortes, por fin, logró fundarla en este gran Valle de Atemajac.

Al constituirse la ciudad, el gobierno como los colonos, impusieron sus costumbres exclusivistas, tanto para visitantes como prospectos residentes. Varias garitas puestas en lugares estratégicos para el cumplimiento de tal objetivo. El elitismo no se hizo esperar, un ejemplo en concreto es que los indios debían traer pantalón de manta, mientras que los arrieros eran revisados para ver si no traían piojos o garrapatas.
Del sitio en cuestión, antes que fuera una calle importante, es decir, una calzada arbolada, fue un río. Riachuelo formado por los mantos freáticos que salían a flote de lo que hoy es el Agua Azul, al sur de la ciudad. Dicho riachuelo fue una natural división de una ciudad que iba en rápido crecimiento. División política y económica (si se permite este anacronismo) entre españoles fundadores y la plebe o servil del otro lado del río. Así, al paso del tiempo, al prosperar la ciudad se tomó como centro de reunión del comercio con todo tipo de mercadería: verduras, sarapes, ollas de barro, cuerdas, molcajetes, chiquigüites, etcétera. Hasta que terminó en la construcción del Mercado San Juan de Dios.

Con el tiempo este río ya contaminado se entubó, y sobre este se construyó una avenida arbolada llamada La Alameda, posteriormente cambió su nombre a Paseo Porfirio Díaz; y no fue sino al término de la revolución mexicana, cuando cambió su nombre a Calzada Independencia. No sin antes seguir concentrando todo su movimiento comercial en el cruce de nuestra referencia. Cuanto más atractivo por la estación del Tren Ligero.
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La construcción de esta estación fue la más difícil de toda la línea 2, ya que la obra por ser subterránea tenía que llevar las vías más abajo de donde pasa la cuenca del río San Juan de Dios (ya entubado) y por ser ésta de gran extensión, ello implicaba una estrategia de ingeniería de mayor calado.
Para tal propósito se construyó un sifón para las aguas residuales, es decir una especie de céspol estilo los lavabos de casa. Si bien solucionó el alcantarillado, seguía la concentración de aguas y malos olores en el área.

Las obras del tren eléctrico comenzaron en 1992, año de las explosiones del 22 de abril, mismas que afectaron la zona oriente de la ciudad. Hubo ocho kilómetros de calles afectadas y cientos de víctimas y hogares, en aquel miércoles negro de semana de pascua. Muchos atribuyeron al sifón construido en esa estación del tren, de ser el que retuvo la fuga de gasolina ocasionada desde los ductos de Pemex en el colector intermedio oriente desde la planta de la Nogalera, ocasionando los daños ya mencionados.
Esta tragedia fue lo negro de la construcción de la línea, misma tragedia que terminó con muchas carreras políticas de funcionarios de primer orden en el estado y el municipio. Al final se concluyó la obra esperada y pronto vino a facilitar con el traslado de los usuarios del Tren Ligero.
Diseccionar la ciudad desde su superficie o desde sus entrañas para trasportarse ha sido el sueño de todo ciudadano de a pie, que quiere de manera rápida llegar a su destino. Todos los días de la semana, desde las 6 de la mañana y ya entrado el día, es un ir y venir alrededor de la estación. Los transeúntes apurados a llegar a su destino cruzan el centenar de escalones para depositar su tarjeta de abordar y, entre empujones casi al borde de la violencia, se sitúan en un espacio estratégico para por lo menos no quedarse esperando el segundo tren.

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Abordar el tren es primero pasar por un sinfín de voces, olores y sabores, esa sinestesia que desde siempre ha existido en un lugar tan comercial. Los clásicos triciclos con tamales y atole, el café acompañado de empanadas, o lonches hechos de jamón o pierna, los dulces y chicles, hasta el llavero de recuerdo, el cinturón o la cartera. Uno se abre paso entre vendedores de artículos para celulares, boleros, vendedores de música, calandrieros, taxistas, y sin faltar los típicos taquitos de guisado. Por supuesto los comerciantes hacen su agosto y los transeúntes se sirven de algo que por olvido o necesidad requieren para su consumo. Es un ganar, ganar.
Como vemos, muchos cambios se han suscitado alrededor de la estación de este Tren Ligero. Es testigo de una ciudad que está viva, que respira y que siempre ha sido el epicentro comercial desde su fundación y que todavía hoy sigue sin perder su costumbre.