¿Hay principios más valiosos que otros?

Alejandro Sela perdió la nacionalidad al pelear con el ejército francés en la Gran Guerra, sin posibilidad de volver a su país. Basado en una historia real.

Por: Francisco Carrillo Alfaro // @Fran_Alfaro02

|Martes 28 de febrero de 2023, Ciudad de México.

| Tiempo de lectura: 8 min.

Es cierto que toda época deja en la tradición más huellas de su dolor que de su dicha. Son los infortunios los que pasan a la historia.

– Johan Huitzinga 

ADVERTENCIA: Todo cuanto nuestro, querido lector, (tendrá oportunidad de observar en este espacio) no es invención del autor. Todo lo que se leerá a continuación tiene la firme intención de describir uno de los infinitos infortunios del pasado. Entonces, amable público, tendrá que disculpar la omisión (o, en su defecto, añadidura) de detalles, todo por el bien de nuestra narración. Lo que aquí se encuentra es un perfectísimo plagio de la realidad histórica.

I

— Señor, disculpe el atrevimiento, ¿podría regalarme un cigarro? Desde mi llegada a este lugar no he probado otra cosa que el agua sucia que me han ofrecido y el polvo que levanto con mis pies.

— Tenga, fume rápido. No acostumbro dirigirme a detenidos pero, en su caso, haré una excepción; desde que lo vi me pareció que no era como los otros.

Las oficinas en París no eran muy diferentes a otras en el mundo: sólo pocas partes tenían pavimento y, lo más importante, se respiraba el mismo ambiente de tensión, esperando cada minuto por noticias lamentables. El olor a desgracia acaparaba la atmósfera de aquel confinamiento francés, sobre todo considerando que cada minuto se corría el riesgo de resultar víctimas de un bombardeo a manos del enemigo. La guerra no había terminado, por más que la diplomacia internacional daba por vencida a la Alianza. Todavía existían soldados en los frentes, bombas en los cielos y sangre en los suelos. Todavía latía un sentimiento fortísimo de venganza. Todavía no se sentía la paz.

— Pues bien, he de comentarle que todos los detenidos a los que hago un favor tienen que devolverlo platicándome de las razones por las cuales están en este lugar. No existe ninguna razón extraordinaria; pasa que siendo oficial por catorce años, me he aburrido. Su caso me parece particularmente interesante ya que, a juzgar por su apariencia de extranjero, creo que la historia que puede contar es diferente a muchas que he oído. 

Alejandro Sela fumó profundamente y, tras tomar cierto aire de superioridad producto de los comentarios del oficial, comenzó a narrar su infortunio:

— El destino me trajo aquí por hacer lo correcto, tal como me enseñaron desde pequeño. Gracias al empleo gubernamental de mi padre, pude acceder a buena educación en México. Fui educado bajo los valores del orden y el progreso, aunque pronto me di cuenta que, de hecho, son otros principios los que deberían regir la vida del hombre. En la Preparatoria, me enseñaron a amar a mi país, amar a la democracia y luchar por ambos. ¿Cuál sería mi sorpresa, Monsieur…?

— Dubois, Adam Dubois.

Monsieur Dubois, ¿Cuál sería mi sorpresa al darme cuenta que sería humillado por tratar de defender uno de aquellos dos principios, es decir, el que más corre peligro en nuestros días? Ahora estoy aquí, esperando una infeliz carta del otro lado del Atlántico, de la cual depende nada menos que mi libertad, mi bien más preciado.


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— ¿Quiere decir que está usted aquí por defender a su país? No me explico cómo puede defender a México desde suelo francés.

— No me entendió, Monsieur Dubois —respondió Alejandro Sela— yo estoy aquí no por defender a mi país, pues de los problemas que tiene el mundo por ahora es el que menos me preocupa. No. Estoy aquí para defender la democracia. Por atacar la tiranía imperial de la Alianza. Estoy aquí para pelear en la guerra europea.

Soldados británicos dirigiéndose al Frente Occidental en la Batalla del Somme

II

— ¿Peleó usted en el bando francés? — respondió Dubois un tanto atónito, pues su avanzada edad le impidió enlistarse, por más que había tratado en diferentes ocasiones.

— Y ese fue mi delito, Monsieur —señaló Sela, mientras se dirigía rengueando hacia su catre—. Tras estallar la guerra europea en 1914, quedé consternado al recibir las primeras noticias en México. ¿Cómo era posible que la propia democracia estuviese en riesgo debido a la amenaza que significan los imperios centrales? Sin pensarlo, decidí embarcarme y colaborar para la liberación de Europa. Liberar la democracia le ayudaría no sólo al Viejo Continente, sino también al mundo entero.

El cigarro se había terminado. La conversación tomó tanto interés para ambos que no advirtieron el inevitable transcurso del tiempo. Alejandro Sela aprovechó los minutos para dar cuenta de su paso por la guerra europea. Contó con detalle sobre la despiadada Batalla del Somme, en la cual sólo pudo participar unos cuantos días, debido a una herida en la pierna que le tardó en recuperar meses. Además, narró con una viveza insuperable las dificultades que tuvieron que sortear los soldados franceses en la pobre Ofensiva de Nivelle en la que, inclusive, Sela perdió dos buenos amigos que conoció en la guerra. En esta parte poco le faltó para comenzar a llorar pues, como es bien sabido, los amigos de guerra son diferentes; se juega la vida con ellos día con día.

— Permítame decirle, Monsieur Sela, que hasta este momento no tiene del todo mi credibilidad. No logró entablar relación entre su heroica participación en el Frente Occidental y la razón por la que se encuentra en este separo.

— Parece incomprensible, ¿no es así? Lo mismo me pregunto yo cada noche que paso aquí. Después de los acuerdos en Versalles, pude regresar a Francia para embarcarme de vuelta a mi patria, pero antes decidí hacer un viaje a España, con el fin de entrevistarme con un colega de la Preparatoria. Ahí fui detenido por autoridades migratorias de México y de Francia, haciéndome saber que era un hombre sin nacionalidad. Al parecer, pelear en la guerra europea era motivo de pérdida de nacionalidad, so pretexto de haber servido a un gobierno extranjero. ¿Puede creer, Monsieur Dubois, que en estos casos extraordinarios se considere pelear por la democracia como motivo para perder la nacionalidad?

Un agente migratorio interrumpió la conversación, anunciando que había llegado correspondencia para Monsieur Sela. Era la carta que había esperado desde hace un par de días, firmada nada menos que por el Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario, Alberto J. Pani. 


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III

“…relativo a la nacionalidad del Señor Alejandro Sela y en contestación manifiesto a usted, que la Secretaría de Relaciones Exteriores me ha informado —sobre otros casos análogos— que todo mexicano que haya servido a un Gobierno extranjero, ha perdido su nacionalidad y que hasta la fecha no existe ley alguna en que poder apoyarse para que el Señor Presidente de la República la conceda nuevamente.

“No obstante, me permito manifestarle que este señor puede recuperar su nacionalidad, ejecutando lo provenido en la Ley de Naturalización, Capítulo Tercero, que dice…”

Esto decía la tan esperada carta del gobierno mexicano a Alejandro Sela. El soldado que peleó contra el Imperio y en favor de la democracia, era ahora un hombre apátrida en territorio extranjero, con los derechos en duda como una de sus muchas preocupaciones. Después de los pocos minutos que tardó el detenido en leer, Adam Dubois se acercó con la curiosidad de un niño a preguntar por su contenido. Tras unos breves segundos que dispararon la tensión de toda una experiencia en guerra, Alejandro se levantó de su catre, dejó la carta a un lado y dijo a Dubois.

— Mi país me ha sentenciado a ser un apátrida por hacer lo correcto. En estos tiempos de modernidad política, donde los principios son lo único por lo que vale la pena vivir, ¿qué principio vale más: mí amada patria o la mismísima democracia? Eso no me lo enseñaron en la preparatoria. ¿Quisiera hacer otra excepción conmigo, Monsieur Dubois, al darme otro cigarro? Presiento que me quedaré aquí un tiempo. 

* * *

Entre 1918 y 1921, existieron algunos casos de mexicanos de nacimiento que perdieron la nacionalidad por haber peleado con el ejército francés en la Primera Guerra Mundial. Sus opciones, siendo apátridas, era recuperar su nacionalidad por medio de un proceso de naturalización, sin embargo, para realizar el trámite debían viajar a México. El problema radicaba en que necesitaban pasaporte para cruzar el Atlántico y legalmente no se les podía expedir, ya que debían tener alguna nacionalidad. Esto evidenciaba una clara falla del sistema migratorio occidental, pues la propia ley no permitía cumplirse a sí misma. 

Casos como el de Alejandro Sela se encuentran en el Archivo Histórico de la Secretaría de Relaciones Exteriores, ubicada en la Ciudad de México. Son poco explorados, por lo que su investigación contribuye a comprender los procesos migratorios en una época de crisis y locomoción colectiva, como fue la Primera Guerra Mundial. Cada caso era un desafío a sortear por la diplomacia internacional.

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