Las presunta relación de las vacunas con el incremento de casos de autismo, ha llevado a un sector de la población a rechazarlas, pero ¿Qué se sabe realmente al respecto?
Por: Fernando Tapia-Aguirre
| Miércoles 16 de noviembre, 2022, Ciudad de México.
| Tiempo de lectura: 6 min.

La pandemia reciente de SARS-COV-2, entre otras cosas, permitió atestiguar la portentosa velocidad a la que los científicos desarrollaron tecnologías para crear biológicos que evitaran el deceso masivo de personas a causa de la enfermedad. En contraste, también se atestiguó el rechazo que tuvieron las vacunas por parte de diferentes grupos poblacionales que esgrimieron diversos argumentos, desde chips comunistas incluidos en las vacunas rusas, hasta efectos desfavorables documentados en un número reducido de individuos.
Al respecto el investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) José Ramón Orrantia Cavazos, comentó que la resistencia a la vacunación surge cuando alguna o varias personas tienen dudas y la evitan. En cambio, los movimientos antivacunas son grupos organizados que tienen una oposición abierta a la vacunación en general. Se trata de organizaciones más estructuradas que tienden a creer teorías de la conspiración, difundir información falsa y mezclar sus argumentos con posturas políticas.
Ambos tipos de rechazo han existido en el mundo desde que Edward Jenner desarrolló la primera vacuna. Al principio, la resistencia se daba principalmente en la clase trabajadora, y se podía pensar que sus argumentos reflejaban falta de información científica, sin embargo, en los últimos años se ha observado que se presenta también en las clases medias y altas, que cuentan con mayores estudios, lo cual ha llamado la atención de los especialistas.

¿Qué son las vacunas?
Las vacunas son preparaciones desarrolladas en los laboratorios, destinadas a generar inmunidad y proteger contra una enfermedad infecciosa al estimular la producción de anticuerpos, es decir, el sistema natural de defensa del organismo.
Descubiertas y aplicadas por vez primera entre los siglos dieciocho y diecinueve, no fue sino hasta la segunda mitad del siglo pasado que ocurrió el surgimiento de una cultura de vacunación masiva. Políticas de salud pública implementadas por autoridades gubernamentales, así como la conciencia ciudadana de prevenir enfermedades en sus hijos, a través del convencimiento de los beneficios de la vacunación, ayudaron a la erradicación de enfermedades como la poliomielitis o la viruela, mejoraron la calidad de vida e incrementando la expectativa de vida de las personas.
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A pesar de ser uno de los más grandes logros de la ciencia, existen grupos antivacunas que difunden, entre la población, información sobre la relación de la vacunación infantil (por ejemplo: la vacuna contra el sarampión) y el desarrollo de trastornos del espectro autista o autismo.
Antivacunas, el caso del sarampión
El sarampión fue por mucho tiempo una enfermedad que afectó a millones de personas en todo el mundo, hasta la creación de una vacuna eficiente en 1963. La infección provoca en los afectados rinitis, conjuntivitis, fiebre y un exantema (erupciones rojizas en la piel). Entre sus complicaciones se encuentran la inflamación de los oídos, neumonía, encefalitis o inflamación del cerebro y otros cuadros neurológicos.

La vacuna contra el sarampión se logró atenuando el virus que la provocaba (Morbilivirus) y formó parte de una vacuna conocida como «triple viral», que protege además contra los virus de las paperas y la rubéola. A partir de este logro, el sarampión pudo ser controlado con rapidez, sin embargo, en 1998 el gastroenterólogo Andrew Wakefield, publicó un reporte desafortunado que alteró el curso histórico en la prevención de esta enfermedad que mayormente afecta a niños pequeños.
En dicho reporte, el médico realizó suposiciones de una posible relación entre la inoculación con la vacuna triple viral y alteraciones gastrointestinales que llevaban a los infantes a padecer autismo. No obstante sus afirmaciones carecieron de evidencia sólida.
Trece años después, en 2011, un periodista dio a conocer la evidencia del fraude orquestado por Wakefield. La promoción de una vacuna alternativa contra el sarampión patentada por él y demandas contra las compañías productoras de triple viral, fueron algunas de las razones de las cuales se valió para desacreditar el uso de las vacunas existentes.

En enero de 2010, el General Medical Council británico, decretó que Wakefield actuó deshonesta e irresponsablemente y que se mostró insensible y desconsiderado con el sufrimiento de los niños involucrados en su controvertida investigación.
No bastó con que diez de los doce colaboradores del reporte se retractaran de su participación en el artículo en el año 2004 o que el editor de la revista The Lancet afirmara que nunca debió publicarse el reporte. El daño que Wakefield causó en la sociedad estaba hecho y fue determinante. Junto con su estudio fraudulento surgieron los grandes movimientos antivacunas, primero en los Estados Unidos y posteriormente en el resto del mundo.
Más evidencia
Con el objetivo de evaluar si la vacuna contra el sarampión aumentaba el riesgo de desarrollar autismo en niños, en Dinamarca se realizó un estudio en el que participaron 657 mil 461 niños nacidos entre 1999 y 2010, con un seguimiento de un año de edad hasta el 31 de agosto de 2013. Este proyecto contó con financiamiento del Ministerio de Salud danés y de la fundación Novo Nordisk.
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El artículo resultante “Measles, Mumps, Rubella Vaccination and Autism: A Nationwide Cohort Study”, publicado el 5 de marzo de 2019 en la revista Annals of Internal Medicine, obtuvo como resultado que la vacuna contra el sarampión no incrementó el riesgo de desarrollar autismo ni lo desencadenó en niños genéticamente susceptibles a la enfermedad.
El seguimiento de varios años en los niños que fueron expuestos a la vacuna con el afán de encontrar si había o no una relación con autismo, le da una solidez estadística a las conclusiones: dicha relación, no se encontró en absoluto.

Los peligros de la desinformación
Curiosamente es la gente de clase media y alta, es decir, quienes más acceso tienen a Internet y a las redes sociales, son las más vulnerables a los movimientos antivacunas. Uno de los muchos riesgos del rechazo a las vacunas es el resurgimiento de casos de sarampión, que puede ser mortal en niños. En México todavía no se ha dado un fenómeno antivacuna masivo, y dichas campañas no han permeado y las zonas más marginadas son las que en ocasiones son afectadas, pero por la carencia de biológicos.
Si bien es cierto que en los últimos años se han registrado más infantes con algún grado de trastorno del espectro autista, esto responde a un mayor esfuerzo por detectar casos, en un momento de la historia donde dicho trastorno y su estudio ha cobrado mayor relevancia y visibilización dentro de la sociedad.
Fuentes y consulta de artículos: