Después de 30 años invictos en el ring, Pietro Bonilla, el fantasma negro, espera tras bambalinas el anuncio de su entrada, pero, ¿Que le depara esa última pelea?
Por: Manuel Mörbius // @manuel_morbius | Ilustración // Diego cruz // @dieddo_art
| Miércoles 26 de octubre, 2022, Ciudad de México.
| Tiempo de lectura: 3 min.
Los gritos del público se escuchan hasta los vestidores donde Pietro Bonilla mira la oscuridad difícil de contener dentro de la máscara. Él es el Fantasma Negro, pero la verdadera identidad de Pietro es un misterio hasta para él mismo. Después de treinta años de subir a los encordados, de confundirse entre el sudor, los gritos y la sangre bajo los reflectores, tiene un invicto que raya en lo sobrenatural.
Desde que llegó a este mundo miró en el cuadrilátero: un universo paralelo, una combinación de ficciones corporales en un teatro de carne y sudor. La primera vez que vio el ring allí estaba; el Fantasma Negro, el original, con el rival vencido que esperaba el castigo como piedad, mientras los gritos alimentaban la atmósfera que disipaba todo cuestionamiento o duda sobre el sentido que debía tener la lucha y la vida.
Lo vio, lo quiso, lo ansió. Por eso se coló hasta los vestidores agazapado entre los angostos casilleros del vestidor, aguantó a que terminara la lucha. Esperó a Pietro Bonilla, quien, al verlo, creyó que se trataba de otro fan. El fantasma Negro sacó una pluma dispuesto a firmar un póster y al voltear, fue tomado por sorpresa por su admirador, convertido en un reptil con escamas verdes metálicas y tentáculos que lo envolvieron y acorralaron. El invasor absorbió su piel con las ventosas pegajosas alrededor del cuello. No bastaron los golpes ni el límite de sangre que podía perder una leyenda. El ser estaba decidido a tomar el lugar de su héroe y el Fantasma Negro no pudo zafarse de la llave quita pieles.
El ente extrajo lo que quedaba de Pietro Bonilla de la Arena Coliseo. Pasó como si nada con el cuerpo desollado, sin levantar ninguna sospecha en ese mundo de encuentros sobrenaturales camuflado de ciudad. Después llevó el cuerpo hasta la nave en forma de huevo, escondida en un basurero.

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Treinta años lleva el reptiliano debajo de la piel de Pietro Bonilla. Todas las veces mira la máscara del Fantasma Negro, con sus grecas verde de vinil, consciente de las dificultades de su misión. Dos veces ha estado a punto de perder la identidad: la primera contra el León Verde, un poderoso gladiador que lo arrastró por el ring como si fuera un trapo y consiguió arrancarle pedazos de la máscara junto con partes de la cara robada. De no ser por un golpe poco técnico hubiera sido descubierto en televisión nacional. La segunda vez, la más peligrosa, fue cuando le salieron escamas a sus hijos y su esposa, consternada, le preguntó: “¿No decías que eso no era contagioso?” El reptil vicario se justificó inmediatamente: “Así nacemos en Tlaxcala. Es una antigua maldición mexica”.
Después de treinta años es hora de retirarse con una última lucha. Se pone la máscara y hace algunas flexiones. La arena está silenciosa y no han anunciado su entrada. El Fantasma Negro, extrañado, sale a los pasillos oscuros de la Coliseo. Agita los puños al aire y su sangre fría se congela cuando observa que su nave en forma de huevo está iluminando el escenario. Alrededor están todos los luchadores contra los que ha peleado o hecho mancuerna. Ellos lo observan desafiantes, esperando que la última contienda, la definitiva, defina si se merecía la identidad que se robó. Su rival está trepado en la esquina sobre la segunda cuerda, lleno de furia señala el centro de la lona, gritando con sed vengativa después de superar la humillación de estar atrapado sin piel, dentro de una gelatina de animación suspendida que no sabía a limón, que poco a poco tuvo que comerse durante treinta años para poder escapar.
El reptil usurpador siente el sudor en sus escamas. Apenas y puede creer que el verdadero Fantasma Negro está en el encordado convertido en el Vengador Sin Piel: con vendas manchadas de sangre en los puños y una máscara hecha con bolsas negras de basura.
Fuera de Marte, Júpiter o Neza, se ha de decidir en el ring en una lucha sin límite de espacio-tiempo, máscara contra pellejos, bajo la luz espectral y la memoria cósmica de la coliseo. El réferi es un lagarto gigante. Los rivales van al centro del ring y no se dan la mano. La lucha comienza con un suspiro del reptil y un jadeo de furia de Pietro Bonilla.
—¡Señoras y señores, amables amigos! Esta es una sucursal del manicomio para arreglar cuentas del abuso inaudito de la lagartija marciana —grita el fantasma del Dr. Alfonso Morales, quien regresó del más allá únicamente para narrar el épico encuentro.
Sobre el autor:
Manuel Mörbius (1984). Licenciado en sociología por parte de UAM-Xochimilco. Escritor de ciencia ficción e investigador independiente. Colaborador de Clandestina, espacio cultural en Santa María la Ribera (Ciudad de México). Productor de radio y medios digitales. Integrante del Seminario de Estéticas de Ciencia Ficción, CENIDIAP, INBAL, donde participa en investigación de la ciencia ficción latinoamericana y sus relaciones con el arte sonoro y la música.