Ángeles

Entre ángeles y superhumanos, cimbrando la tranquilidad pero transportando a los humanos hacia lo desconocido, sin rumbo fijo, llevándolos a lo que se le conoce como cielo, pero sólo por un momento, fincando un nuevo rumbo.

Por: Gabriela Romualdo.

| Martes 25 de octubre, 2022, Tecpan de Galeana, Gro.

| Tiempo de lectura: 5 min.

En el 2020, cuando todavía se creía que los ángeles eran seres alados, rubios y rabiosamente bellos, Carmen Arellano, de un año de edad, se encontraba enferma de gravedad debido a una protuberancia que le apareció en la espalda.  Un grano muy grande y rojo que primero se atribuyó a un piquete de araña o alguna cucaracha. Según los familiares llevaba días con fiebres altas, delirios y temblores. 

La menor fue intervenida en en el hospital grande del pueblo, horas después el médico a cargo informó que no era nada grave; sin embargo, se trataba de algo sumamente extraño. Al realizar una incisión para drenar la infección, según su información, se pudo observar algo extraño entre la sustancia purulenta del interior del grano. Tal como si se tratara de una astilla o un vello enterrado, pero con dimensiones más grandes, lo que se encontró en el centro de la protuberancia, era una pluma blanca, similar a la de un ave. «Una pluma ¿Doctor?»Preguntó asombrado el padre de la niña. «Sí señor, una pluma», remató el médico.

En Teopan cualquier cosa se vuelve un chisme de inmediato. Todo mundo se enteró de la existencia de la niña ángel. La casa de los padres de Carmen, se atestaba de visitantes los fines de semana. Todos querían ver con sus propios ojos a la niña ángel; querían tocarla, que los tocara, que les hiciera un milagro, su bendición, una mirada.

Se esperaba que cualquier día la niña ángel amaneciera con sendas alas cubiertas de plumas blancas. Pero ya no hubo más plumas, y la que le descubrieron en el hospital no le alcanzó ni para un vuelo de prueba, porque que se la retiraron de inmediato. Pronto se fue apagando el furor de la gente. Los chismes son así, un momento están encendidos como brasa, y al rato quedan solo cenizas incapaces de arder. El mundo los olvida. Quedando solo remota la posibilidad de que sean recordados a propósito de algo en el futuro.

Un ángel, bajo el contexto de un ser bondadoso que te cuide o ayude de alguna forma, puede ser cualquiera, aunque este no tenga alas, nada parecido a esos cuadros celestiales que colgaban en las iglesias católicas. Pero los seres capaces de volar, venidos desde las profundidades del cielo, yo los vi, y son una cosa diferente. Se llaman super humanos. Llegaron de la nada a salvarnos este día trágico y desastroso, en medio de un ataque desconocido. 


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Esa mañana desperté por el estruendo de las explosiones; alguien en los pasillos del edificio gritaba que había estallado la guerra mundial. Cuando me asomé a la calle la ciudad estaba en ruinas. Llovían balas como gotas de lluvia durante una tormenta.  Misiles que sonaban haciendo ruidos extraños y venidos quién sabe de dónde, destrozaban lo que tocaban. Corríamos de un lado a otro buscando protegernos ante el peligro de morir en cualquier momento.  Había que salvar la vida. Correr. Protegerse de las garras de la guerra. Era lo que único que sabíamos en una mañana en la que todo era estallido. Rugido. Gritos. Sollozos. Clamores; un gran desconcierto al no saber de qué o de quién debíamos cuidarnos. 

Salí del edificio como pude, sorteando el ataque rabioso corrí buscando refugio sobre lo que quedaba de la ciudad;  trepando los escombros, sorteando cadáveres en el suelo. Todo afuera estaba cubierto por una nube de polvo.  Fue difícil distinguir con claridad cuando algo se acercaba desde el cielo mientras corría junto a un grupo de personas que también huían del ataque. Me paralicé. Fuera lo que fuera no se trataba de algo usual.  Unas sombras que tomaban forma humanoide mientras más se acercaban al suelo de entre la nubosidad. «¡Son super humanos!» Alguien gritó.

No sé si tengan otro nombre, pero ese es el nombre que escuché. Llegaron volando pero sin alas; algún propulsor escondido quizá. Los super humanos hombres, pero también mujeres. Enorme estatura. Sin cabello. Sin cuerdas vocales —aparentemente—. Dorso desnudo. Traían una mochila en la espalda. Su piel no era bronceada, ni dorada, más bien un tono pálido, casi lunar. Intento recordar todo lo que puedo. Pantalones eran negros, ¿o verdes? muy ajustados al cuerpo; se revelaban musculosos bajo esa tela que les cubría la parte inferior de sus enormes cuerpos hasta los tobillos. 

Desde las alturas vimos la ciudad arder en llamas. Los super humanos, verdaderos ángeles, uno a uno nos tomaron en sus brazos, se elevaron al cielo, y nos trajeron a una gigantísima nave. No sabemos qué va a pasar. Siguen llegando humanos. Ya somos cientos. A quién sabe dónde, creemos que vamos a emprender un viaje.

Sobre el autor

Gabriela Romualdo; originaria de Acapulco, Guerrero; escritora y poetista, sus textos han sido publicados en revistas culturales, es fundadora y directora de portales donde la poesía sobresale ante otras corrientes literarias.

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