A pesar de los efectos tangibles que estos fenómenos tienen en nuestro entorno, preguntas básicas sobre su naturaleza como: ¿por qué tiembla? comúnmente quedan en un segundo plano.
Por: Fernando Tapia-Aguirre
| Martes 13 de septiembre, 2022, Ciudad de México.
| Tiempo de lectura: 5 min.

Los habitantes del centro y sur de México, se han acostumbrado al sonido de la alerta sísmica y el posterior estremecimiento del suelo bajo sus pies; sin importar el día o la hora; si se encuentran en casa, en el trabajo o en la escuela.
Aunque han ocurrido en el planeta durante cientos de millones de años, los temblores y terremotos son con frecuencia objeto de mitos y creencias que poco tienen que ver con su verdadera naturaleza. Ésto contribuye a una desinformación generalizada y manipulación de datos por parte de algunos medios de comunicación.
Dada la constancia con la que se presentan, las preguntas más elementales sobre los sismos deberían ser: ¿Cómo se producen? ¿Por qué hay zonas donde ocurren tan seguido y otras donde rara vez suceden?
El interior… ¿líquido?
Corteza, manto y núcleo son términos comunes en las primeras lecciones de geografía; sabemos que así se estructura el interior de nuestro planeta. No obstante, el recordar un poco acerca de los dos primeros, es clave para develar el secreto de los movimientos superficiales de la Tierra (Figura 1). La corteza, es decir, la parte sólida-externa del planeta, está compuesta por los continentes, los lechos oceánicos y las placas tectónicas que se encuentran debajo de ellos. Estas placas son masas rocosas enormes que “flotan” sobre el interior viscoso y ardiente del manto, como si se tratara de un rompecabezas puesto sobre jalea caliente (Figura 2).

Las piezas de este “rompecabezas”, no se mantienen quietas ni un segundo. El manto debajo de ellas se encuentra en constante movimiento, provocado por diferencias de temperatura y presión, los cuales generan zonas de gran dinamismo conocidas como “celdas de convección”. El manto circulante en dichas celdas, continuamente altera la posición de las placas que reposan sobre él, haciéndolas chocar, rozarse, superponerse unas encima de otras, o separarse en áreas llamadas «dorsales» donde se forma nueva corteza de forma ininterrumpida.
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Todas estas alteraciones liberan cantidades colosales de energía. Dadas las dimensiones de las placas, tan solo un momento relativamente corto de fricción entre ellas, genera tal tensión sobre la corteza que un terremoto o tsunami puede producirse. Se trata pues de procesos cíclicos ocurridos desde la conformación del planeta y así seguirán ocurriendo hasta su desaparición dentro de miles de millones de años.

¿Por qué tiembla tanto en México?
En detrimento de la tranquilidad de sus habitantes, México se encuentra situado en una zona de alta actividad sísmica. La costa occidental forma parte de una región planetaria conocida como «Cinturón de fuego del Pacífico» que se distingue por su gran actividad tanto sísmica como volcánica (Figura 3). Por ello, otros países como Chile y Perú en América o Japón en Asia, registran repetidamente terremotos y tsunamis de repercusión internacional.

Ahora bien, frente a la costas del Pacífico mexicano confluyen ni más ni menos que ¡Cinco placas tectónicas!: Placa de Norteamérica, Placa de Cocos, Placa de Rivera, Placa del Pacífico y Placa del Caribe (Figura 4). En los límites de estas placas se concentra la mayor actividad sísmica del país, por esta razón se registran sismos todos los días. Si pueden ser percibidos o no, dependerá de su magnitud.

Intensidad vs magnitud y el SSN
La magnitud de un movimiento telúrico se mide en relación a la energía que éste libera. Para ello existen instrumentos que perciben duración, amplitud máxima de las vibraciones y magnitud de momento, este último está relacionado con el área del desgajamiento rocoso. Aunque la escala de Richter (propuesta por Charles Richter en 1935) es la más famosa, ya no se utiliza.
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En la actualidad, se reporta la magnitud simplemente como “magnitud 6.7″, “magnitud 8.0” o M6.7, M8. Tampoco se hace distinción si son oscilatorios o trepidatorios, pues durante un sismo, se producen movimientos en todas direcciones.
Cuando ocurre un temblor, el Servicio Sismológico Nacional (SSN) reporta en primer lugar una magnitud calculada por un programa de computadora a partir de la duración; después —con más cálculos— la magnitud de momento. Por eso, a veces el valor final de la magnitud difiere de la primera estimación.
La intensidad se mide en parámetros que van desde la percepción de las personas, hasta variables medidas con instrumentos científicos o calculadas matemáticamente, como la aceleración máxima de los vaivenes de la tierra durante el temblor y la aceleración que experimentaron los edificios. Decir: “el temblor se sintió muy fuerte en mi escuela” se refiere a la intensidad, no a la magnitud. También las características de los suelos (arenosos, arcillosos, rocosos) influyen en qué tan intenso pueda ser un sismo.
¿Y septiembre?
A pesar de la increíble coincidencia entre los días de dos terremotos que azotaron la Ciudad de México (19 de septiembre, 1985 y 2017 respectivamente) y que varios de los temblores más recordados han ocurrido en septiembre, científicamente no hay manera de predecir cuándo ocurrirá un sismo. Se debe comprender que México se encuentra en una zona de alta sismicidad, por lo que los temblores seguirán siendo parte de la cotidianidad, sin importar la hora, el día o el mes.
Es importante mantenerse informado, estar al tanto de los comunicados oficiales y seguir las indicaciones de las autoridades competentes cuando estos fenómenos naturales se hagan presentes. No dejarse engañar por charlatanes que, incluso en medios de comunicación masivos, dicen predecir éstas y otras catástrofes con sus bolas de cristal. No existe la predicción, sino la oportuna reacción.