Esta es la historia de Alberto «El Temible» y Alejandro «El Gentil». Dos príncipes que libraron intensos combates desde sus fortines. Todo relatado desde la perspectiva de este, su heraldo.
Por: Francisco Carrillo Alfaro
| 10 de julio de 2022
| Tiempo de lectura: 7 min.

Advertencia: Todos los hechos que aquí se relatan tienen no sólo el permiso, sino también la bendición de los protagonistas. Nuestro apreciable lector puede estar seguro de que lo que aquí se narra pasó de esta y no de otra forma, pues cuenta con la verificación de los implicados, quienes prestaron sus amables testimonios para la realización de la historia que vengo a presentar. Sin más que agregar, les presento los hechos tal y como ocurrieron, pues nada sería la historia si contase otra cosa que no fuera la Verdad.
I
Desde hace algunos años, en el lugar donde diferentes pueblos convivían con tranquilidad y armonía, se desató una feroz guerra entre dos gobiernos: aquel presidido por el Príncipe Alberto “El Temible” y el otro, igual principado, regido por Alejandro “El Gentil”. Todos los días al atardecer —salvo notables excepciones en días de fiesta común, como Navidad y Semana Santa— ambos príncipes se asomaban desde lo más alto de sus fortalezas y comenzaban cruentas batallas donde ninguno salía vencedor y ambos, con el corazón en la mano, juraban verse las caras al día siguiente. Los hechos relatados por este humilde heraldo no podrían explicarse sin conocer más a fondo a cada uno de los involucrados por lo que, si el lector es paciente y curioso, tendrá todos los pormenores al acabar esta, su crónica.
II
Alberto nació, como buen noble; con todas las atenciones que un infante puede tener. No le faltaba nada, pues su madre —la Reina Laura I— dedicaba todo el tiempo a los insistentes caprichos de su retoño. Comida, juegos, juguetes, historias, abrazos, cariños, amor; nada escaseaba en la vida de Alberto. El exceso de atención quizá provocó un efecto negativo en el niño príncipe, pues pronto se hizo evidente el error de la Reina Laura al consentirlo tanto. Para ilustrar lo narrado, sépase que una vez el pequeño no quiso pararse de la mesa hasta que se le quitara del plato la horrenda hogaza de pan de avena que se le había servido por lo que, después de cuarenta minutos de incesantes llantos y chillidos, se le acercó la pieza de pan de trigo que prefería sobre cualquier otra cena disponible.
El príncipe primogénito disfrutó durante muy poco estos privilegios exagerados pues, cuando cumplió tres años, la Reina Laura I anunció con bombo y platillo la llegada de su segundo hijo, varón igual que el primero: Alejandro. Este nuevo integrante de la familia causó rabia en Alberto, quien no lo aceptó ni por un solo minuto, por el contrario, trató de que los primeros recuerdos de su hermano se convirtieran en traumas para la posteridad. Un día, mientras la familia comía, Alberto creyó que era una excelente idea tirarle la todavía caliente papilla de manzana a su hermano encima y los llantos no se hicieron esperar. Este hecho —que le valiera al príncipe primogénito el apodo de “El Temible”— causó indignación en su madre quien, sin dejar pasar un solo momento, tomó a Alejandro y le dio ese mismo cariño y amor que algún día había pertenecido al primero.
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A pesar de la poquísima memoria con la que contaba Alejandro en aquel momento, el “Incidente de la Manzana” significó una ruptura en los hermanos. A partir de entonces, mientras crecían entre juegos y peleas, no lograron llevarse estupendamente, como hubiese querido la Reina. Sin embargo, a pesar de las bromas pesadas y los maltratos, Alejandro nunca ofendió, ni mucho menos se vengó. Las acciones pasivas del segundo hermano, que bien podrían tomarse como ingenuas o permisivas, le bastaron para que se le comenzara a conocer con el apodo de “El Gentil”. Así pues, nuestro amigo lector conoce ya a “El Temible” y a “El Gentil”, por lo que bien le puede parecer que continuemos esta historia llena de desventuras y conflictos.
III
Las paredes de donde se hallaba Alejandro se cimbraban tras cada impacto. Como cada atardecer y desde lo más alto de sus fortines, los príncipes tenían otro de sus conocidísimos combates. Sin tregua, ambos eran atacados con proyectiles que pasaban sumamente cerca el uno del otro, con el riesgo de impactar en cualquier momento al rival. No siempre la puntería era precisa; muchas veces los lanzamientos pasaban lejos del objetivo y se estrellaban en las cabezas y espaldas de los pueblerinos, quienes caían con indignación. Esto poco importaba para los que se hallaban en lo más alto de sus torres, pues no detenían el enfrentamiento. Caída la noche y sin ningún ganador aparente, ambos bajaban de sus fortalezas y se despedían, jurándose regresar al día siguiente para continuar arreglando cuentas.
Pocas personas podían recordar cómo iniciaron los combates. Para fortuna del que lee, tiene en mí, su heraldo, los pormenores del primer enfrentamiento entre Alberto “El Temible” y Alejandro “El Gentil”, mismos que comenzaré a relatar con toda verdad a continuación. Un día, mientras cada uno de ellos se encontraba en sus quehaceres, Alejandro subió al que desde ese momento consideró su fortín y, sin avisar ni contemplar las consecuencias, comenzó la bocanada de insultos hacia Alberto. Ni corto ni perezoso, “El Temible” devolvió los insultos y, tras descubrir una fortaleza abandonada del otro lado del camino, subió. Sintiéndose en igualdad de condiciones, ambos pasaron de los más atroces improperios al primer lanzamiento de proyectiles, propiciado por Alejandro “El Gentil”, quien logró impactar la pierna de Alberto. El primogénito cayó retorciéndose de dolor, jurando venganza e inaugurando los episodios de cada día.
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IV
Todo acabó aquella tarde de septiembre, cuando el sol no impedía que oliera a lluvia. Puntuales a la cita, ambos subieron a sus respectivos fortines e iniciaron el combate. Los proyectiles eran lanzados cada vez con más fuerza e intención de herir, pues el día no había sido el mejor para ninguno de los dos y sus estados de ánimo se encontraban irritables. Tras intensos minutos, Alejandro fue alcanzado por un lanzamiento justo en la cabeza que provocó su caída instantánea. Fulminado, “El Gentil” yacía en su fortín, sangrando de la cabeza y cuasi inconsciente. Tras perpetrar el atentado, Alberto bajó velozmente de su fortín y corrió hacia el que hasta hace unos minutos era su eterno rival. Llorando a cántaros, quiso gritar mil maneras diferentes de disculparse, pero nada de eso se hubiera comparado al abrazo que daba a su hermano. Fue en ese momento que llegó la madre.
* * *
La piedra que había impactado a Alejandro yacía junto a éste, así como otras ramas y canicas que habían funcionado como proyectiles en aquella tarde. El hilo de sangre que emanaba de la frente del herido se había detenido, gracias al botiquín que siempre cargaba su madre hacia donde fueran. A Alberto ya no le importaba la batalla ni los rencores, mucho menos aquel par de viejos juegos de parque que él y Alejandro imaginaban como fortines. Hablando de este último, había vuelto en sí y disfrutaba por primera vez en mucho tiempo del cariño de su hermano. Cuatro años después del “Incidente de la Manzana”, los hermanos se abrazaban y regresaban junto con su madre a casa, esperando que llegara la tarde siguiente para salir a jugar una vez más al parque.
¡Menudo juegos de niños! Con un poco de imaginación, hasta el escenario más típico se convierte en dos principados.