El siglo XX fue para la literatura en México un periodo de amplio florecimiento en lo relacionado con la difusión, creación y financiamiento de la Literatura que visibilizaba la diversidad sexual.
Por: Sebastián López.
| Martes 7 de junio, 2022, Ciudad de México.
| Tiempo de lectura: 7 min.

El siglo veinte dio la entrada a México de las vanguardias e interiorizaron creativamente el influjo de la Revolución Mexicana y de las otras grandes conmociones del siglo a nivel global y nacional.
La amplitud de la producción literaria y libresca fue en gran parte obra de un Estado mexicano pos revolucionario en búsqueda de legitimarse por medio de la palabra escrita, creando una élite intelectual sustantivada por Octavio Paz a causa de esto como «El ogro filantrópico».
Sin embargo, en este ambiente hubo grupos cuya existencia, al no favorecer los valores del estado pos revolucionario o del gobierno en turno se vieron marginados del mundo artístico, primordialmente durante la primera mitad del siglo XX: Grupos de extrema izquierda, mujeres y en general la totalidad de la comunidad LGBT.

Este siglo registró la aparición de la la comunidad LGBT mexicana y de autores cuya sexualidad era pública, además el de la visualización de las temáticas de la comunidad y su experiencia en la prensa nacional, que sirvió para la articulación de una identidad común que, inevitablemente, al existir frente a la hostilidad fue una identidad rebelde.
Para la literatura LGBT el siglo abrió en la década de los veinte con las plumas de Xavier Villaurrutia y Salvador Novo, como de otros miembros de la generación de los contemporáneos. Estos, de personalidades distintas, vivieron su sexualidad de forma discreta.
Fue la de los contemporáneos una generación, que, como recuerda Helder Ariel, se autonombró «el grupo sin grupo» por su falta de coincidencias ideológicas más allá de las edades símiles y la amistad. No obstante, tuvieron una amplísima participación y debate en la prensa y las publicaciones nacionales, enfrentándose al grupo intelectual y artístico más cercano a los gobiernos pos revolucionarios: los nacionalistas.

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Estos defendían un modelo literario y artístico comprometido con las causas sociales, con los proyectos de la Revolución y con la representación de la realidad mexicana, mientras que los contemporáneos, defendían la libertad artística de formas y fondos.
En este debate tomó lugar de forma terrible la argumentación y señalamientos homofóbicos elaborados por los nacionalistas, mientras en la prensa Emilio Abreu Gómez (reconocido por su novela Canek) los tildaba misóginamente de ser afeminados, Diego Rivera, en su ensayo «Arte puro: puros maricones«, decía “En México hay ya un grupo incipiente de pseudo plásticos y escribidores burguesillos, que, diciéndose poetas no son en realidad sino puros maricones”.

A estos señalamientos el grupo respondió con lucidez desde la revista Contemporáneos, escribiendo complejos ensayos, réplicas e incluso, versos satíricos contra personajes como Rivera, por ejemplo aquellos de Novo en los que tilda a las hijas de este de Rivera ser crías de “hipopótamo y arpía” en referencia a Diego Rivera y quien era su esposa en esos momentos Guadalupe Marin.
Es claro que en este contexto era sumamente improbable que estos autores se dieran la oportunidad de expresar de forma abierta su sexualidad en el mundo de las letras, sin embargo, tenemos de manos de Xavier Villaurrutia «Nocturno de los Ángeles«, poema cuyo título, según afirma Ernesto Reséndiz, corresponde a un juego de palabras entre lo nocturno y lo angelical en representación del deseo y el ambiente de ligue masculino.
Por otra parte, Salvador Novo reflejó en «Estatua de sal», sus memorias, la forma de vivir de un homosexual en la ciudad de México. Iniciadas en 1945 e inacabadas, las memorias muestran su iniciación sexual, formación literaria y educación sexual.

Nos encontramos uno al otro extraño: gordo tú, flaco yo - ¡Mundo Mezquino! Y me complace ver - ¡Oh desatino! que hay cosas que no cambian de tamaño. Te quiero como antaño te quería con pasión, con dolor, con amargura cual si este siglo hubiese sido un día. Quiero corresponder a tu ternura: levanta tu barriga, vida mía, que me voy a quitar la dentadura. ________ Está mi lecho lánguido y sombrío porque me faltas tú, sol de mi antojo, ángel por cuyo beso desvarío. Miro la vida con mortal enojo; y todo esto me pasa, dueño mío, porque hace una semana que no cojo.
El estatus se mantuvo en estos términos al menos hasta la década de 1970, en la cual fenómenos diversos de carácter global como la revolución sexual de esta época y las movilizaciones estudiantiles, que abanderaron muchos de los valores en búsqueda de una existencia más holgada y una menor represión estatal, llevaron a la producción de una nueva literatura, juvenil, rebelde, predominantemente urbana, y cosmopolita, era la época de la onda en la literatura.
En la política y la sociedad este contexto dio un impulso a las organizaciones de homosexuales y lesbianas militantes de izquierda, como fue el Frente Homosexual de Acción Revolucionaria o también la fracción lésbica del Frente de Liberación Homosexual.
En tal ambiente es que se explica la aparición de «El vampiro de la colonia Roma», escrito por Luis Zapata y publicado en 1979, pese a la resistencia de editores y del propio presidente de la República, no sólo como expresión de una nueva generación de artistas, sino como de un nuevo público, receptivo y ansioso de captar nuevos discursos y nuevas experiencias.
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El libro agotó en unas cuantas semanas su primer tiraje de 10 mil ejemplares, y de igual manera sucedió con el segundo y con los tirajes subsecuentes. La novela presenta una doble transgresión, no sólo la sexual, sino incluso una lingüística, en la pretensión de representar el lenguaje coloquial.
El argumento es sencillo, el protagonista Adonis García, un ángel picaresco como lo describió José Ramón Enríquez, inspirado en Osiris Pérez Castañeda, cuenta a un entrevistador sus experiencias como trabajador sexual y nos presenta el mundo del homosexual de la Ciudad de México.
En el mismo año apareció un texto que es de igual manera sintomático de los tiempos que se vivían, «Ojos que da pánico soñar«, de la pluma de José Joaquín Blanco.
“¿Alguna vez se ha topado con algún puto en la calle?” Es la pregunta que da pie a la totalidad de la obra y de la que desprende un análisis profundísimo sobre la situación del homosexual en México y su futuro: José Joaquín Blanco vislumbró la desaparición del homosexual de clase media como un transgresor y su integración como consumidor al orden capitalista.

Sin embargo, en su presente inmediato, lo que veía y destacó como su tesis principal fue que la marginalidad y la discriminación convertían la homosexualidad, no sólo en una orientación o inclinación, sino una postura política.
“No me atrevo a hablar de los homosexuales en la miseria. Somos tan poca cosa frente a ella: esos homosexuales de barrio, jodidos por el desempleo, el subsalario, la desnutrición, la insalubridad, la brutal expoliación en que viven todos los que no pueden comprar garantía civil alguna; y que además son el blanco del rencor de su propia clase, que en ellos desfoga las agresiones que no pueden dirigir contra los verdaderos culpables de la miseria: esas locas preciosísimas que contra todo y sobre todo, resistiendo un infierno totalizante que ni siquiera imaginamos, son como son valientemente, con una dignidad, una fuerza y unas ganas de vivir de las que yo y acaso también el lector carecemos”.
Fue necesario que las organizaciones sociales continuaran desarrollándose y sus ideas influyendo en la sociedad por diez años más para que los lectores en México pudieran tener en sus manos la primera novela lésbica mexicana, «Amora» de José María Roffiel, que fue en su año de publicación el tercer lugar en ventas a nivel nacional.
El libro habla de la relación entre dos mujeres, Guadalupe y Claudia, la primera es militante feminista y trabaja en el Grupo de Ayuda a Personas Violadas, por lo que la sororidad y las relaciones entre mujeres desde una perspectiva lesbofeminista es una constante en la novela. La narración se desarrolla en espacios variadísimos de la ciudad, en la búsqueda de representar una visibilización de las lesbianas en el espacio público.

Dentro de la poesía de corte lésbico, en 1994 aparecieron los Cuadernos de amor y desamor de Nancy Cárdenas, mujer de teatro, activista, feminista de izquierda y pionera del Movimiento de Liberación Homosexual. En estos poemas de carácter intimista expresa de forma sumamente bella y a la vez divertidísima, su experiencia relacionándose con otra mujeres.
Ahora comprendo que desde el punto de vista de tú mamá, yo no resulto un buen partido: me exhibo como militante gay, me comporto como anarquista de izquierda y vivo la azarosa vida domestica del artista independiente. Peor que si fuera iletrada tonta y pegalona.
Es a final de siglo, en 1995 que en México apareció en la literatura por primera vez la pandemia que continúa causando estragos en la sociedad: El VIH. «Poesida» de Abigael Bohórquez, es una obra que busca desde la memoria reconstruir la experiencia de una comunidad herida por la mortal enfermedad, describiéndola con dolor, belleza y escrita, en términos de su autor “con todas las palabras de que es capaz un hombre”. Son poemas que evidencian profundo temor y desconcierto.
Y de repente, el Sida. ¿Por qué este mal de muerte en esta playa vieja ya de sí moridero y desamores, en esta costra antigua a diario levantada y revivida, en esta pobre hombruna de suyo empobrecida y extenuada por la raza baldía? Sida. Que palabra tan honda que encoge el corazón y nos lo aprieta.
Cabría recordar el empuje y continuidad que tuvo la apertura de la literatura a la comunidad LGBT a principios del siglo XXI, con la publicación, por ejemplo, de «Carta a mi padre» de Irina Echeverría. En ella, se ilustra la experiencia personal de la autora, frente a la doble frontera de discriminación y exclusión que representa vivir con una discapacidad y ser transexual.
Es testimonio del dolor frente los prejuicios de la familia y la sociedad, pero también una defensa de la libertad individual. El libro de Irma inspiró el documental Morir de pie, dirigido por Jacaranda Correa y ganador del premio a mejor largometraje documental mexicano en el festival de cine de Guadalajara del año 2011. En el documental Irina Echeverría expresa una realidad radical que viven las personas que son parte de la comunidad LGBT en México “tuve que aprender a vivir”.
La progresiva apertura y expresión de cierta literatura que se fue abriendo espacio frente a la abierta oposición de grupos sociales, políticos y editoriales, y que estableció redes de reciprocidad con las exigencias sociales de los grupos LGBT y su militancia. Una escritura que participó y sigue siendo parte de la construcción de una sociedad que, no libre de contradicciones, intenta caminar a ser más abierta.