Un hombre con un pasado complicado se une a un grupo misterioso llamado Fraternalia, pero pronto saldrá a la luz un oscuro secreto.
Por: Aura Vilchis
| Jueves 23 de diciembre, 2021, Ciudad de México
| Tiempo de lectura: 5 minutos
La Navidad es una de esas fiestas que nunca me gustaron, crecí en un orfanato lleno de bocas hambrientas y muchas manos vacías. La cena Navideña era raquítica y los regalos que recibíamos eran despojos con piezas faltantes, manos cortadas y pintura desgastada.
El frío se colaba inclemente por los vidrios estrellados y las grietas en las paredes, y los cobertores a veces nos eran robados por otros chicos con las manos muy largas y los puños muy apretados.
Así que no, Señor policía, la Navidad para mí no era algo que celebrar, era sólo un recordatorio del enorme vacío en mi espíritu y mis bolsillos.
Cuando me hice mayor, y salí de esa cárcel llamada orfanato, no tenía casa, ni conocidos, ni un peso partido por la mitad, sólo un cambio de ropa con agujeros en los pantalones. Caminé sin rumbo por una calle con motivos festivos, luces y flores de nochebuena, gente comprando por aquí y por allá; era la víspera de Navidad.
Pasé mi primera Navidad libre bajo un paso a desnivel que olía a alcantarilla, cubriéndome del frío con un periódico viejo.
Verá usted, al pasar de los años mi situación mejoró, pude conseguir un trabajo en el mercado descargando verduras, la señora del puesto me permitía pasar la noche ahí cuando el mercado cerraba, y si bien no era cómodo y las ratas me pasaban por encima, me permitía ahorrar dinero para poder rentar un lugar donde vivir con más dignidad.
La primera vez que ella se acercó a mí creí que era una extranjera, con la tes muy blanca y los ojos tan claros que parecían brillar. Me regaló un panfleto, le dije que no me interesaba, pero ella insistió, era sobre un grupo llamado «Fraternalia, encuentra un hogar».
Era propaganda religiosa, sin duda, pero no era ni cristiana, católica, judía ni de ninguna otra religión que yo conociera. El mensaje me parecía intrigante: «Sabemos que llevas mucho tiempo solo, nosotros llevamos mucho más tiempo buscándote».
Decía que se reunían los viernes a las 10 de la noche, en un lugar no muy lejos de donde yo vivía en ese entonces. El resto de la semana la idea de ir me rondó la cabeza sin descanso. Cinco minutos antes de la hora indicada el viernes, lo decidí, quería saber de qué se trataba, así que tomé el abrigo, mis llaves y caminé hasta el lugar.
Era una casona antigua, semi ruinosa y sin mucho atractivo visual, el interior resplandecía tenuemente a la luz de cientos de velas y veladoras. Por dentro el aspecto era totalmente diferente; acogedor y espacioso, decorado exquisitamente y con muebles de roble fino.
Las personas ahí eran todas amables, al rededor de una veintena, usaban túnicas rojo sangre y me recibieron con una sonrisa y un abrazo, todos y cada uno me abrazaron y besaron las mejillas. La chica del panfleto se alegró de verme ahí y tras preguntarme mi nombre me presentó ante los demás como si lleváramos años de conocidos. Era un ambiente tan cálido y familiar que, después de esa primera vez volví, religiosamente, cada viernes por la noche durante 10 años seguidos.
Le aseguró que Fraternalia se volvió mi hogar y sus miembros mi familia. Me ayudaron a conseguir un mejor trabajo y terminar los estudios.
Con el tiempo hice una carrera y conseguí un trabajo ejecutivo que me permitió comprarme un departamento y un auto. Mi vida era totalmente diferente, mucho mejor en mil maneras, se lo aseguro a usted, después de toda una infancia austera y solitaria, encontré una familia que me daba confianza y amor incondicional; las Navidades eran cien mil veces mejores en su compañía.
Por eso jamás pensé que lo que me pedían hacer por Fraternalia fuera incorrecto, no los veía como crímenes infames, sino como una pequeña retribución cada víspera de Navidad por todo lo que mi familia hacía por mí, al final de cuentas todas esas personas eran malvadas: adictos, ladrones, sexoservidoras y travestis. Mi familia decía que eran seres corruptos, que hacían daño al mundo, y que si duda, nuestra labor era de purificación.
Se lo prometo, yo sólo los entregaba, los convencía de que era un trabajador social, que los llevaría a un lugar cálido, donde tendrían comida y podrían pasar la noche lejos del frío y la oscuridad. Sí, a veces, algunos se ponían difíciles, y tenía que darles un golpe o dos, para meterlos en la furgoneta, pero eso que usted dice de desmembrarlos y esparcir sus cuerpos mutilados por la ciudad, yo, de eso, no sé nada.
Cómo ya le dije, yo sólo los entregaba, mi familia, una vez los tenían, se hacían cargo. Es cierto, a veces se escuchaban ruidos y gritos en la Sala Roja, y a veces tenía que recoger uno que otro diente y marañas de pelo del piso, pero yo nunca hice preguntas. Eso no es un delito que amerite cadena perpetua. Se lo digo, yo no maté a nadie.
Mi abogado dice que el caso es difícil, y ustedes los policías insisten en que maté a más de cien personas, incluyendo niños, pero le digo, que yo no lo hice, que busquen bien en la dirección que les dí, no pueden haber desaparecido todos.
Hágame un favor, busque a mi familia en Fraternalia, y dígales que estoy aquí, que los extraño y que tan pronto pueda, en esta vida o la siguiente me reuniré con ellos.