La piedra del muerto

Después de una cena inquietante, Jacinto, decide marcharse a su casa, pero en el camino una sombra cambiará su destino

Por: Alejandro Molina

Miércoles 13 de octubre, 2021, México.

Era invierno. Los huesos de los invitados rechinaban al compás del sonido de la puerta que se abría cuando llegaban a la  cena. Todos, incluyendo Jacinto,  se saludaban con placer y comentarios sobre la saga de la neblina. La cena estaba servida, cada quien escogió el sitio de la mesa más confortable a  su visita, en aquella casa de color calizo, de un pueblo polvoriento, lleno de luciérnagas y de arañas tejiendo las veintitrés horas de aquel sábado. A la hora de las velas a medio consumir, el abuelo Juan empezó a contar sus andanzas a lujo de detalle y como respuesta a los halagos que recibió, las soltó una tras otra, hasta que se adueñó del silencio al dar inicio a la  narración de un muerto. Todo empezó a ponerse  espeluznante, los sonidos de las ventanas, el aire entrando por la puerta de atrás del  comedor, con unos cuantos cuadros y adornos en la pared. El  contaba aquel suceso del camino hacia el pozo de agua, de donde decían aparecía  una sombra alta del tamaño del cedro, pidiendo el atributo de los mortales para su descanso eterno. Su deseo era que le aventaran una roca al montón de piedras de su tumba, antes de pasar por el camino, el que no lo hiciera, se vería condenado por la maldición del muerto por toda su vida.

Mientras aquel rostro de arrugas y experiencia seguía narrando el acontecimiento, los ojos se le abrían del tamaño de la luna llena, y murmuraba con gestos y ademanes aquel camino obscuro y  misterioso  donde hacia un tiempo una querella amorosa  terminó en sangre y un cadáver jamás reclamado.

Jacinto debilitado por el miedo y la palidez al oír aquella historia, hasta el hambre se le quitó. Ya llegando las doce se despidió de los invitados y se dirigió a su casa; llevándose aquella historia del abuelo, un poco abajo del sombrero, con tanta claridad que su  piel se erizaba como pellejo de gallina.

Al crujir de hojas secas  con sus pasos, le salieron ojos brillantes a los arbustos del camino, que hasta los pelos de su espalda lo percibieron. Se dio prisa y cuando iba pasando por aquel camino que se refería la historia del muerto, se encontró de frente a un bulto negro y alto, muy alto. Se quedó petrificado sin poder hablar y como pudo lanzó  un alarido animal.

-¿Qué es lo que quiere?. . . .  –le brotaba sudor hasta humedecer la tierra.

-Ando penando- .

 En sus veintiséis años, a Jacinto se le abrieron más que nunca sus ojos. Con dificultad se agachó en busca de una piedra, deseando ser un pulpo para encontrarla más pronto. Por suerte se topó con una piedra grande, la lanzó con toda su fuerza, y corrió hasta desaparecer con los ladridos de los perros.

Al otro día en aquel punto del mundo, todos comentaban la noticia, de que a Jacinto lo hallaron muerto de una pedrada  mientras regresaba a su casa.

Sobre el autor

Alejandro Molina V. obtuvo una maestría en teatro en California State University Northridge y tiene un grado de maestro de educación primaria en México, es actor, mimo, y poeta.

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