Invocare Malum

Un chico que disfruta de su primera noche libre termina con un mujer en su apartamento, pero algo siniestro está por surgir y ahora todo se reduce a escapar… aunque esto tal vez no sea suficiente.

Por: Aura Vilchis.

| 11 de octubre, 2021, Ciudad de Mexico.

| Tiempo de lectura: 5 min.

Particularmente nunca me gustaron las historias de horror, la idea de que existan monstruos acechando en las sombras o espíritus malditos vagando eternamente con el único objetivo de tirar objetos y acechar niños, bueno, me parecía una estupidez, otra versión de cuento hadas, una fantasía, pero con más sustos.

¿Temor a la muerte o a los muertos? Si me lo hubieras preguntado hace un mes, me habría reído y te habría dicho que veo la muerte a diario en los pasillos del hospital donde trabajo, pacientes van y eventualmente mueren en mi turno, en mis manos, bajo mi cuidado, «Es el pan de cada día», habría dicho. Aún hoy no le temo a la muerte, porque… hay cosas peores. Las pesadillas pueden ser reales, los monstruos también…

¿Quieres saber cómo me hice creyente, yo un ser humano que vive por y para la ciencia? Bueno, todo comenzó en un bar, mi primera noche libre después de 36 horas en el hospital.

Los demás internos que no estaban de guardia me invitaron a tomar una cerveza en el bar que estaba a dos cuadras del hospital, en donde todo el personal solía ir a emborracharse después de un turno largo, o mejor dicho, después de varios días sin ver el exterior, cuando eres estudiante de medicina le dedicas 24/7 horas al día a estudiar, practicar, leer, participar en ensayos clínicos, ir a ponencias y básicamente cualquier cosa que pueda engrosar tu curriculum. Yo llevaba 36 horas sin comer bien, sin dormir bien, sin follar en absoluto, el bar era el lugar perfecto para satisfacer todas mis necesidades.

Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis cervezas…siete, la pesadez se ha ido en absoluto, el sueño desapareció y una figura hipnótica se acerca a mí, es joven, delgada, el cabello negro le cubre el rostro; ocho cervezas, bailamos, bailamos, bailamos…nos besamos, su cuerpo tibio y esos ojos de bruja me miran…es hora de irnos.

Me cuesta un poco insertar la llave del apartamento, ella sujeta con firmeza mi mano tambaleante, la puerta se abre, entramos, tan pronto la puerta se cierra, se abalanza sobre mí con fiereza, las luces se quedan apagadas y la cadencia de los cuerpos se vuelven uno con la oscuridad absorbente.

Exhausto, borracho y satisfecho me quedo dormido, vencido, me arrastra la inconciencia, la oscuridad me devora.

Algo tan pesado como una piedra me oprime el pecho, me cuesta trabajo respirar, abro los ojos y la vislumbro a ella sentada sobre mí, con las piernas a cada lado de mi cuerpo, los ojos cerrados y su boca moviéndose, hablando en un idioma desconocido, quizás latín o algo más antiguo, las manos en forma de rezo y entre ellas el brillo de un cuchillo negro en forma de garra, apuntando directo a mi corazón.

Le grito, le exijo que se quite de encima e intento moverme, pero su cuerpo es tan pesado, como granito puro, ella está en alguna clase de trance, y cuando me agito tanto que logro moverla unos milímetros, sus ojos como esferas se abren, están en blanco como malditas perlas brillantes, pero aún así hay oscuridad dentro. No parpadea ni un segundo y un aullido gutural sale de su boca, desgarrando el aire y apunto de hundirme el cuchillo hasta dejarme clavado en la cama.

Lleno de adrenalina logro moverme y tumbarla al piso, apenas unos centímetros lejos de mí, y ella aúlla como un maldito lobo, un sonido profundo, maldito, endemoniado brota de su garganta y como gato se agazapa, lista para saltar. Sus ojos siguen en blanco y un tatuaje en su pecho parece brillar en la oscuridad «Invocare Malum». Salta y yo corro hacia la puerta, escucho el espejo del closet romperse, y alcanzo a cerrar la puerta de la habitación tras de mí, escucho algo golpear en la madera, pero no me detengo a mirar atrás, tan sólo corro, salgo al pasillo, bajo las escaleras, quiero mirar atrás para saber si me sigue, pero el miedo a caerme y quebrarme el cuello me lo impide; sigo corriendo hasta llegar a la calle, está lloviendo, el suelo está mojado debajo de mis pies descalzos. No sé cuánto tiempo corrí, me detengo hasta llegar a la estación de metrobús que siempre uso para ir al hospital. Una vez ahí, miro hacia todos lados, intentando recuperar el aliento, la cordura, no veo a nadie, es de madrugada. Mi móvil y cartera están en el departamento, no tengo cómo comunicarme con nadie o pagar un estúpido taxi. El guardia de la estación se acerca, está cauteloso y me pregunta si estoy bien. Le digo con la voz cortada que intentaron matarme, que llame a una patrulla, y él, asustado, corre a su estación. Unos minutos después, que se sintieron como horas, llega la policía, me miran recelosos, estoy en boxers y descalzo, empapado de pies a cabeza, seguramente parezco un tanto demente.

Les explico lo sucedido y ellos me llevan hasta el apartamento para revisarlo, uno de ellos sube solo, y la mujer policía se queda conmigo, le digo que puede ser peligroso, pero ella no responde, pasan a penas diez minutos y el oficial baja, parece molesto, fastidiado. Me dice que no hay nadie, que no hay señales de lucha, ningún espejo roto, tan sólo la puerta entre abierta, y me pregunta si estoy borracho o consumí algo.

Molesto, le digo que no, pero al soplar en el maldito alcoholímetro mis argumentos se van al carajo, bien, tome unas cervezas, pero no aluciné nada, esa tipa loca realmente me quería matar. El oficial insiste y me dice que suba, dudo un momento, pero lo acompaño, subimos las escaleras y en efecto, el apartamento está abierto, adentro todo está intacto, ni una sola huella u objeto fuera de su sitio, voy hacia la habitación y el espejo está entero, y la puerta no tiene ningún golpe. Observo incrédulo, cuando la mujer policía entra, dice que preguntó a los vecinos y nadie escuchó nada, ni gritos, ni aullidos, ni nada romperse.

El oficial me mira, me dice que no vuelva a tomar, que he tenido alguna alucinación, y me da una tarjeta de alcohólicos anónimos, me dice que esta vez no tendré ningún problema, pero que la próxima podría ser diferente, y entonces se van.

Me quedo ahí, incrédulo, la cama está hecha, como si nadie hubiera dormido sobre ella, empiezo a cuestionarme mi propia realidad, mi salud mental, camino hacia el closet, me quito los bóxer mojados y me pongo ropa limpia, deshago la cama, estoy helado, pero me detengo al observar una mancha roja, deslizo la sábana de golpe y ahí, escrito con sangre un mensaje: «Invocare Malum, regresaremos» …

CONTINUARÁ…

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