Por: Jorge Luis Bante
Miércoles 8 de septiembre, 2021, Ciudad de México
En medio de una tormenta de ideas por la mancha en la camisa de su pareja ¿Significa algo? ¿A caso hay un secreto oculto en algo tan simple con una mancha en la ropa?
Te encuentras en un departamento de un edificio en medio de la ciudad, sombría por a causa del smog. Son ya las cuatro de la tarde cuando miras el reloj. Lo repites cada dos minutos con desesperación, con los pies te impulsas hacia atrás y la silla en la que te hallas sentado queda inclinada y por fin logras asomarte por la venta que se encuentra a tu costado. Observas el cielo obstruido por las nubes grises que no permiten el paso de un sólo rayo de luz cálida al departamento.
Hoy la ciudad es evidentemente monótona, autos por aquí y por allá, personas apresuradas a llegar a algún sitio. Contaminación visual por los grandes anuncios montados en lo alto de torres y pequeños edificios. El sonido aturdidor de los motores en el interminable desfile de acero y caucho, olores desagradables, perros solitarios que pululan en las calles sin rumbo y una lista llena de etcéteras. Tú, sentado en una fría y dura silla dentro de cuatro paredes incoloras, e iluminado por un foco en péndulo con luz tenue. Desde la silla también se escucha la gotera de la llave del baño que tiene la puerta semiabierta (no sirve el pasador de la puerta) lleva haciendo eso dos semanas y te exaspera tener que vivir con ese pequeño ruido, incluso en la cama.
Has observado ya varias veces ese reloj de cuarzo. De pronto escuchas la puerta de la entrada, alguien intenta abrir. Llaves salen del bolso con cierre ruidoso. La rendija de la perilla es invadida. Gira lentamente y se abre la puerta. Enseguida el sonido de tacones se aproxima a ti.
Es una mujer con una camisa blanca holgada, falda negra, de tacones y muy bien maquillada. Se quita los zapatos y los arroja a un lado. Está fatigada.
—¿Cómo te fue hoy? —Preguntas.
—Bien, creo. —Responde.
El silencio los invade a ambos, y la miras fijamente, como escrutándola. De pronto, notas algo poco usual, en su camisa hay una pequeña mancha. Entonces en tu cabeza se desbordan pensamientos absurdos, intentando resolver cómo llegó esa mancha ahí… o quizá no son tan absurdos.
“Seguramente le cayó un poco de jugo cuando tenía prisa, y no se dio el momento para tomarlo con calma”, piensas, y te tranquilizas, sin embargo, vuelves a mirar esa mancha, y la inquietud te invade. “Esa no es una mancha de jugo”, te dices con impresión. “Quizá tropezó con alguien que se encontraba pintando sus labios con carmín” te persuades por un momento.
Aliviado, recargas la espalda sobre el soporte de la silla, y miras al techo y tu mente balbuceante maquina. Miras de reojo de nueva cuenta, y descubres que aquello no es una mancha producida por el carmín. Sobresaltado te sobrepones en la silla, “Probablemente pasó a recoger el coche con el mecánico, por incidente se le derramó algún aceite, grasa o alguna sustancia de ese color”, te repites, y te esfuerzas por no concluir algo peor, sin embargo, no toleras más la incertidumbre.
—Oye ¿Por qué tu camisa está manchada?
Ella entristece con tu pregunta. Sus ojos se llenan de lágrimas, se detiene un breve instante… y sonríe al mirarte. En sus ojos una llama que le alumbra el interior, que lucha por no morir en la simplicidad de la vida. Sus ojos húmedos te ven con ternura y extravió. Se pasa la manga para secar la mejilla.
—Los chicos de la oficina prepararon una pequeña fiesta, y me manché de pastel. Hoy es mi cumpleaños… y nuestro aniversario. Responde mientras baja la mirada y coloca un mechón de cabello tras su oreja izquierda.
Lo olvidaste por completo y no sabes qué decir. Estás avergonzado.
—Es verdad. —Dices, y te abalanzas sobre ella. La abrazas.—Felicidades—. Le das un beso y se recarga en el hueco de tu pecho, donde escucha la tibiedad, la intermitencia de donde nace la sangre.
—Por cierto, la camisa es tuya, la tomé porque no encontré la mía. —Dice entredientes. Ríe.
Sonríes, la tomas de las mejillas con ambas manos, cierran los ojos y le besas la frente, después un ojo, enseguida el otro, y la la sostienes frente, a una pequeña distancia.
—Te prometo que todo mejorará. Que no es algo que yo quiera, pero el desempleo, la necesidad y este lugar no son lo que esperé. Hoy cumplimos nuestro primer año juntos, sin embargo, aún no tengo nada. Mi cabeza es un enjambre. Pero de lo que estoy seguro, es que cada día que llegas por esa puerta y giras la perilla, es para alumbrarme un poquito más. Es lo único que espero, a que llegues y que hablemos. Me siento una cucaracha entre las sombras.
La acercas, y después del interminable recorrido de besos en su rostro, arribas en su boca, y lloran juntos, como entendiendo la necesidad de estar así, siempre, cada día que ella pasa por es puerta, y tú te te levantas de esa silla.
—La camisa es tuya. —Suspiras.