Por: Dante Gorena
Domingo 4 de julio, 2021, Bolivia.
Tengo oxidado el corazón de tanto esperar que alguien me quiera de veras. Porque fueron tristes los amores que alguna vez pasaron por mi vida y duraron solamente lo que dura una flor. Pero, aun así, Ella está aquí conmigo —el único guardián protector de la verdad en un mundo de mentiras es ella—, hoy como ayer, como siempre; hoy más que nunca. Claramente la puedo distinguir rondando dentro mi habitación como un ángel de luz, flotante y traslúcido; con su rostro cóncavo de tutuma seca. Alta, estatuaria, más bien silenciosa, y ese silencio suyo como una mortaja en la hora melancólica de la tarde; porque el crepúsculo tiene también su sangre luminosa que anuncia el final inevitable. Ahora yo también soy solo un crepúsculo, sin tejido y sin voz, atado a un tanque de oxígeno y con respiración asistida en esta sala de terapia intensiva; los manómetros como dos ojos mecánicos que parece me estuvieran viendo, y el parpadeo de su temblorosa aguja que va pautando las horas y los minutos que me quedan en calidad de organismo vivo. Entonces me pregunto, con silencioso nudo en la garganta, si es verdad o no toda esa fama que guarda el recinto en donde me encuentro y que viene siendo la antesala del más allá. Y es que aquí morirse se había vuelto una fea costumbre, por cuanto las probabilidades de que te saquen en calidad de fiambre, es demasiado por ciento.
Así también puedo escuchar una ventolina de voces blancas que van y vienen, hablando del estado lamentable en que me encuentro. Porque aún en ese estado, conservo todavía ráfagas de conciencia en el fondo de mi testa maltrecha. Anoche, por ejemplo, soñé con los huesos de un veinteañero amor; quien, a pesar de ya no tener nada que ver conmigo, no había dejado esa mala costumbre de echarme en cara todos mis pecados terrenales —será porque en cosas del amor yo siempre fui un anfibio—. Fue entonces que me desperté y al rato volví a dormirme de nuevo, aunque esta vez fue sin culpa, y soñé con mi temprana existencia (durante unos minutos volví al mundo medio olvidado de mi infancia), sin dobleces de postal de kínder y acaso fuese nada más que un recuerdo de que las cosas habían sido alguna vez diferentes. Hasta ahora en que me desperté muy rígido, con una especie de aburrimiento sublimado.
Es normal que la gente le tenga un miedo visceral a la muerte en los momentos fatales. Pero, ¿por qué tendrá que ser así? Siempre se le echa la culpa a ella de todo lo malo que nos pasa. Así y todo, dicen que no hay muerto que haya sido malo. Pero mala y pérfida es esta vida que los hizo así de malvados. Porque solo yo sé cuánto me amó como al más preciado de sus hijos, con un amor sin límites ni prejuicios humanos, un amor descomunal y con tal sentido de pertenencia que, ahora es cuando lo reconozco, fue ella la única que jamás me dejó desamparado. Ni siquiera mi familia, ni mis amigos, hicieron por mí lo que ella hizo por el suscrito.
“Me perteneces por derecho —siento que me habla, y no existe en su voz ni un gramo de reproche—, hasta cuando seas solo cenizas”. Es un lazo invisible e indisoluble el cordón umbilical que nos une y el que ahora está por romperse. “Tu alma es mía, también tus huesos, tu sombra, tu mala sangre; el resto se lo dejaré a los gusanos. Fue así desde el día que naciste, aún desde la vez que decidiste cometer tus primeras fechorías por andar en malos pasos y con malas juntas, hasta adquirir oscuros vicios y marcar tu territorio a cuchillazo limpio. Pero no estoy aquí para juzgarte, mucho menos para castigarte. A pesar de todo eso, yo siempre te cuidé con esmero, esperando el día y el momento en que habrías de honrar tu destino”, me aclaró luego.
Ese día es hoy, lo presiento. Pero no es rabia ni callado miedo lo que siento, es más bien como una emoción abstracta, irreal, fantástica. Es una ironía tener que morirse con apenas treinta años mal contados; pero, sucede que —en el caso mío, particularmente— en este mundo paralelo que yo habito desde que abrí los ojos, se nace sin que a nadie le preocupes si eres hembra o varón, se crece en el arroyo o en medio del barro, se empieza a trabajar a los doce años, se consigue pareja antes de los veinte, se empieza a envejecer a los veinticinco y se muere alrededor de los treinta.
Ahora bien: estando yo así, hospitalizado, supuestamente por un ajuste de cuentas en consecuencia, recuerdo vagamente como es que me trajeron hasta aquí, medio muerto y con el pellejo cernido como un toro de lidia; dizque como escarmiento por haberle dado matarili a medio mundo —aunque esto se dio en mi mejor época, siendo yo el jefazo de la temible pandilla Los Pitufos—. Pero, eso sí, estoy convencido que ella no dejará que yo sufra, por más encabronada que esté conmigo. Porque ya va un siglo de horas desde las estocadas que me dieron y mi ángel protector no se aparta de mi lado.
“No seas terco y ven con mamá”, siento que me habla finalmente, y el eco quebrado de su voz, como de caña hueca, conlleva asimismo un tono filosófico y sedante; como si su estancia en esta sala de terapia intensiva la hubiera humanizado.
Y yo no puedo ni quiero hacerme rogar. Siento el beso helado de la Muerte, el último y bien merecido beso suyo.
Sobre el autor
L. Dante Gorena V. es un escritor boliviano, ganador del 2do. Premio Nal. de Cuento “Franz Tamayo”. Editora 3600, 2017, Bolivia.Entre sus cuentos publicados se cuentan: “Vértigos. Antología del cuento fantástico boliviano”. Editora El Cuervo, 2013, Bolivia. “Antología de cuentos, Zombie II”. Editorial, Endora, 2019, México. “Antología del cuento erótico”. Revista
literaria Enuket; 2020, Argentina. “Antología de narrativa hispanoamericana”. Revista Ruido blanco, 2020, Perú. “Antología de cuentos distópicos”. Editorial Machente, 2020, Perú. “Cuentos de horror”. Revista Letras y Demonios, 2020, México. “Artes & Letras”. Revista Noche de Laberinto, 2021, Colombia. “Historias de horror”. Revista Alas de Cuervo, 2021. México.