Por: José Luis García Herrera
27 de mayo, 2021, Barcelona, España.
La casa del padre de mi padre está encendida. En las noches estrelladas de mi infancia vino a verme. De su mano ancha de pescador humilde llegábamos juntos hasta el espigón, al sólido baluarte donde el mar rompía en dos su cántico de esperas, donde la luna lloraba estrellas de charol y salitre. Caminábamos como sombras de espuma sin orilla, apenas sin rozar los límites del suelo. Nos guiaba una fuerza recóndita y la sal de la nostalgia. Su mirada, entonces, recalaba en la fragua de la sangre, en la luz que dictaban los pasos del regreso, los pasos arraigados a una ley que no entendíamos pero que regía la breve estación de nuestra vida. El padre de mi padre apretaba con fuerza mi mano de gaviota, la savia de su origen reeditada en los compases de mi carne. Yo le miraba. Le cubrían los ojos murmullos sonámbulos de lluvias lejanas. Grabé en mi recuerdo la ausencia de su rostro, la penumbra de la ceniza, las grietas de la tristeza... El faro iluminaba la huella de un encuentro y una despedida. El padre de mi padre me enlazó con la sed del invierno, con la noche del mundo dormida entre las barcas, con la fatiga de los años vividos en las cuevas, con la pasión de quien no regresará jamás y lo sabe. Lloré con los párpados ardiendo, roto por donde el mar más escuece, por donde la muerte expresa un luto más cerrado que la negrura. Con la barbilla alzada anhelaba ofrecerle todo ese amor que no pude entregarle porque él murió demasiado pronto o yo nací demasiado tarde. Intentó hablarme por primera vez y última, entregarme en herencia su última palabra. Recogido entre sus brazos apresé el afecto que selló en mis mejillas con labios vencidos. El mar le llamaba deshaciéndose en gritos. Y el padre de mi padre se alejó por una escala de hilos de plateados con el dolor de las redes vacías. Desgarrado en mi lienzo de escamas me arrodillé sobre sus pisadas aún calientes, con los brazos apoyados en la pared del faro, terco en mi afán de revivirle en estas horas difíciles, en la temida ausencia que la realidad escribe. Sobre el espigón quedaron sus pasos perdidos. Desde entonces, cada noche, salgo a buscarle.
Sobre el autor
José Luis García Herrera: Nacido en Barcelona, España, en 1964. Poeta, narrador y crítico literario. Miembro del grupo cultural Versikalia. Fundador de los premios literarios “Ciutat de Sant Andreu de la Barca”. Ha publicado 26 libros de poesía.