Por: Jorge F. Quiroz
26 de mayo, 2021, Ciudad de México
Viñeta antigua, el amor está sentado en el cráneo de la humanidad, y desde este trono, profano, de risa desvergonzada, sopla alegremente redondas pompas que suben en el aire, como para alcanzar mundos en el corazón del éter…
Baudelaire, «Las flores del mal, <el amor y el cráneo>.»
Cada vez que se escucha la palabra marginación o marginal es inevitable pensar en la gente de recursos económicos sumamente escasos, aquellos que viven en la miseria sin ningún tipo de seguridad social, ni salud, ni educación…son prácticamente proscritos de la sociedad.
La marginación es evidentemente una desventaja social impuesta, ya sea por medios económicos, políticos, étnicos, etc. Estos rezagados son aquellos que viven en los márgenes de la sociedad (vivir en el margen es la primera condición de lo marginal) fuera de lo establecido, lo bien visto. Es por ello que lo marginal también nos remite a lo que no es políticamente correcto.
La modernidad, ya desde hace muchísimos años, se ha encargado de amparar un “establishment”, es decir, un orden encargado de fomentar un estilo de vida sumamente voluptuoso, consumista, degenerado y promotor del capitalismo más rapaz.

La segunda revolución industrial (antecedente de nuestro capitalismo neoliberal) del siglo XIX, llevó al anonimato al ser humano. Trabajo sin salario digno, sin horas fijas y sin seguridad laboral. Las industrias humeantes, la explotación del trabajador, la debacle y apatía de la burguesía y la suciedad de las ciudades son el día a día de este maravilloso progreso.
El reparo de los intelectuales de la época no se hizo esperar ante esta ave de mal augurio. Uno de ellos fue precisamente Charles Baudelaire (1821-1864). Baudelaire como poeta y ensayista hizo frente a la gran miseria de la Francia de la segunda república, post napoleónica (y no alcanzo a ver la pérfida tercera república).
Se le ha anexado como escritor “decadentista”, lo cual, es en parte cierto. Pero no se limita al declive meramente político, sino que, enmarca de manera magistral la degeneración del espíritu humano, absorto entre la industrialización y la vanagloria narcisista. Lo que después muchos poetas del siglo XX experimentarán como el desasosiego.
Su obra más conocida “Las flores del mal” <Les Fleurs du mal> (1857) en la que representa todo lo que vive al margen de esta sociedad republicana: El hambre, la corrupción, el olvido de los pobres, la depravación sexual, el ocultismo y la adoración de entes diabólicos.

Pareciera que con esto, Baudelaire intenta escandalizar al burgués, hacer arte del shock, arte para escandalizar (algo que siguen haciendo los artistas de poco talento). Todo lo contrario, Baudelaire no señala de manera compasiva, cuasi lastimosa, de la miseria, pues lo que busca es mostrar la pobreza de manera cruda, tal cual es, tal cual se sufre. Y no edulcorarla con onanismo intelectual.
Es así como “Las flores del mal” se vuelven una crítica bien estilizada y artística del “progreso” y la “corrección política”.
¿Es lo marginal diferente hoy día?
Para nuestra mala suerte, las acusaciones de Baudelaire a la sociedad y la clase política, no han perdido relevancia. La situación de los más desfavorecidos no ha mejorado. Ciertamente, ha cambiado, pero no por ello tienen una mejor calidad de vida.

La marginación y la pobreza parecen ser siempre compañeros indecentes de la modernidad y el mercado. Indeseados a la vista, invisibles ante la mirada apática del poder. Pero siempre necesarios para llevar a cabo las tareas “menos dignas”.
Más allá del pragmatismo económico y la siempre falsa estadística, el problema de la pobreza y lo marginal no giran en torno a su propia existencia (como hemos dicho indeseable para algunos). Sino que este estrato social contiene, en sí mismo, la desolación humana.
Llena en su normalidad de maltrato, abusos psicológicos y sexuales, hambruna y colmada de las múltiples vejaciones y horrores. Es por una problemática humana inmanente, el más necesitado no lo es únicamente porque no posea capital alguno, sino que no posee ningún medio para vivir dignamente.