Por: Adi Alcán
8 de mayo, 2021, Ciudad de México.
Recuerdo que el día que nos fuimos de la casa de mi abuela fue un gran alivio, pues sabía que ya no volvería a entrar ahí y que nuestra nueva casa estaría lo bastante lejos (PARTE 1 AQUÍ). Cuando por fin llegamos me emocionó mucho saber que tendría mi propia habitación, era pequeña y algo oscura, porque sólo tenía una ventana por donde apenas se colaba un rayo luz, puesto que estaba orientada a un pasillo de servicio. Durante el día mi habitación era genial, más por las noches los recuerdos de la casa, donde antes vivíamos, me invadían provocándome miedo al grado de que había noches que no dormía.
Una noche desperté porque se escuchaba mucho barullo, parecían niños jugando, se me hizo extraño porque ya pasaba de la medianoche, entonces fui a asomarme, pero no vi nada, trate de no darle importancia y volví a la cama.
Al otro día durante el desayuno conté a mis padres lo que ocurrió en la noche, mi papá opinó que pudieron haber sido unos vecinos, sin dar más importancia al hecho.
Unas noches después tuve una pesadilla donde yo me veía atravesando la pared y podía ver de frente un profundo precipicio, fue tan nítido que me desperté sobresaltada y me levanté de la cama, dispuesta a ir por un vaso de agua o algo que me relajara; me dirigí hacia la cocina con aquella imagen aterradora aún fresca en mi memoria, cuando vi que mi hermana jugaba con lo que parecían ser unos niños sin rostro, los cuales, al ver que me acercaba se transformaron en unas esferas de luz que subieron por la pared y desaparecieron en el techo. Sentí como si algo helado me recorriera el cuerpo y sin pensar salí corriendo despavorida, ni siquiera me acordé de mi hermana, llegué a la habitación de mis papás y les conté, ellos estaban incrédulos, pero decidieron ir acompañarme a la cocina, sin embargo, ya de camino nos encontramos con mi hermana, pues venía de regreso, ella les confirmó lo que yo decía y les platicó que, además los niños querían que los acompañara y que justo se dirigía con ellos cuando yo llegué. Mi mamá en ese momento comenzó a preocuparse, recordando lo sucedido en casa de mi abuela.
Había pasado un tiempo de relativa normalidad, sin embargo esto no permanecería así, pues un día mientras me encontraba en la escuela y mi papá en su trabajo, ocurrió un evento inesperado del cual nos enteramos al regresar a casa. Mi mamá nos recibió visiblemente alterada, y comenzó a narrar lo sucedido: Era temprano por la mañana cuando vio, por segunda ocasión, al hombre alto con un sombrero que le tapaba el rostro salir de su habitación, donde había dejado a mi hermana durmiendo, presintió que algo malo pasaba, se apresuró a verla y encontró que no estaba en su cama, sino que se hallaba colgando entre los barrotes de una ventana con el cuerpo hacia afuera y la cabeza adentro, asfixiándose. De inmediato corrió a su auxilio, liberándola de la ventana y cerciorándose de que estuviera bien; gracias a Dios estaba viva, aunque desmayada y no pasó a mayores, pero el susto fue mayúsculo. Ese día, después de una revisión médica, regresando a casa mis padres le preguntaron que había sucedido, y ella respondió que los niños le decían que saliera a jugar, pero que lo hiciera por la ventana, porque seguramente mi mamá no le daría permiso, y así lo hizo, pero quedó atorada, en su desesperación y viendo a un hombre con sombrero negro que se acercaba quiso pedir ayuda, sin embargo, este pasó de largo y de ahí no supo más.
Siempre se ha pensado que las casas viejas o donde han ocurrido crímenes son más afines de contener fantasmas o demonios, pero en conclusión no es así. Somos las personas quienes los atraemos o ya los contenemos. Y aquella vez no sería la última vez que el hombre negro se manifestaría ante nosotros, pero eso ya será otra historia.