«Las y los niños, también sufren los estragos colaterales del COVID-19, lo cual pone a pensar que la pandemia esté dando a luz un nuevo síntoma, niñez invisible.»
Por Mario D. Kuma
15 de abril, 2021, Ciudad de México.
La única costumbre que hay que enseñar a los niños es que no se sometan a ninguna.
J. J. Rousseau
A estas alturas de la crisis sanitaria causada por el COVID 19 y después de más de un año de aislamiento social, existen pocas cosas que hacen olvidar el hastío, que pueden llegar a generar las reuniones en Zoom o Meet y la lucha personal de mantener la motivación de avanzar en una carrera universitaria o impartir clases a distancia, en las que puedo observar, con cierta gracia, a los pequeños de pronto distraerse con cualquier nimiedad o hacer un gran berrinche.
Pasado ese momento, que siempre comparto con alegría, me angustia profundamente como pedagogo, pensar en esta generación, la de los hijos de la pandemia, los obstáculos a los que se enfrentan y los retos venideros para todas y todos ellos.
Para un adulto, adaptarse a un confinamiento, como el que hemos tenido que vivir para evitar la expansión del coronavirus, ha exigido reorganizar la vida en familia y en sociedad, para las niñas y los niños ha resultado especialmente difícil cumplir con la obligación de estudiar, hacer ejercicio y el derecho a jugar (todo dentro de casa), esto ha podido desestabilizar la armonía doméstica y tener efectos negativos en el terreno convivencial, físico y emocional.
Pero de esta inédita circunstancia, no se debe soslayar la posibilidad de extraer valiosas lecciones de vida, que ayuden de cara al futuro, es menester entender que, tenemos una ventana de oportunidad para acompañar a las nuevas generaciones y que resulte en un desarrollo integral, tratando de fomentar una cultura de la ética del cuidado de sí.

De esta manera, en la lenta persecución que se vive día a día hacia lo que conocíamos como nuestra vida “normal” y poder dejar atrás la famosa “nueva normalidad”, que trajo consigo la «sana distancia» por causa de la crisis sanitaria. Y así surgen en el día a día miles de dudas e incertidumbres, pero hablar de todas ellas significa darle voz únicamente a los adultos, pues pareciera que al ser considerados los más vulnerables a contagios (por diversas cuestiones de salud alternas) son a los únicos a los que afecta el coronavirus.
Pero, la realidad es que la niñez también sufre los estragos colaterales del COVID-19, como por ejemplo, obesidad por inactividad física, ansiedad, cefaleas por alta exposición a la luz azul (que emiten los dispositivos electrónicos), terrores nocturnos, depresión y/o problemas educativos, por mencionar sólo algunos de los más recurrentes, lo cual pone a pensar que la pandemia esté dando a luz un nuevo síntoma, niñez invisible.
Pero es necesario cuestionarse ¿Cómo han vivido y siguen viviendo el confinamiento las niñas y niños? Se avecina el día del niño, durante el marco del segundo año con distanciamiento social por pandemia y la respuesta parece obvia, las niñas y niños, lo encaran con un notable desgano, apatía, nostalgia y poca esperanza de poder celebrarlo como era costumbre, al encontrarse que estará de nuevo marcado por el inevitable encierro, o bien, por el uso de mascarillas y apego a las normas de “sana distancia”, el protocolo de prevención de contagios en piscinas, playas y otros lugares que fungen como espacios de recreación y dispersión para ellos (suponiendo que el semáforo epidemiológico no de un retroceso) lo cual, rasga de tajo la convivencia y trastoca, sí o sí, el desarrollo de las infancias.
Dependiendo de los alcances financieros y los diferentes contextos socioeconómicos de cada familia (otro de los impactos de los que poco se habla, pero es sumamente visible) y de las normas de cada entidad estatal o municipio, son las autoridades quienes en conjunto con profesionales que trabajan con la infancia, tienen la tarea de crear entornos seguros para los niños, a fin de garantizar tanto su protección, como el ejercicio de su derecho al juego y al tiempo libre; la cuestión es si en contexto de pandemia podrán realizarse de forma segura.
Las y los pequeños parece que tienen asumido, incluso que para dentro de unos meses (y cabe destacar que de manera muy madura) ya planifican su verano y el como poder aprovechar el tiempo libre del receso escolar de manera responsable, para esto, tendrán que seguir cumpliendo las medidas de seguridad a rajatabla, y que muchas actividades del periodo vacacional, como los campamentos, cursos de verano, viajes o festejos, nuevamente peligran en su implementación.

Para los padres de familia, esto supone un problema, aunque no con el mismo enfoque, pues para ellos y desde su mirada, sus hijos se inquietan y se “portan mal”, pero no todos logran comprender que es una manera de expresar, desde la niñez, que su mundo ha dado un giro radical, y la escuela ha invadido sus hogares y somete con un tumulto de actividades que sólo ocupan tiempo y no resultan significativos y, sin embargo, nos deja una generación que si no es escuchada con suma atención, corre peligro de ser una generación perdida.
A pesar de lo anterior, las niñas y niños no quieren renunciar a sus actividades recreativas, tan necesarias después de los meses de cuarentena sin salir de casa y pegados a las pantallas, y que si bien, por una parte, el confinamiento ha tenido efectos adversos en la salud psicológica como física, no todo es malo, se abre la oportunidad de que las familias se conozcan un poco más. Por desgracia, dicha oportunidad no es aprovechada por todos y deriva en escenarios contraproducentes, como el aumento de la violencia intrafamiliar, una clara muestra de los efectos de la desigualdad social.
Por tanto, hasta que no haya mejores condiciones que aseguren la salud, las madres y padres de familia juegan un papel fundamental, no sólo como “jefes de familia”, sino como esas figuras maternas y paternas, figuras de comprensión, acompañamiento y guía de los y las más pequeñas del hogar.
Es necesario entender que, muy seguramente, la niñez esté sufriendo en silencio emocional y físicamente, por ende, habría que estar dispuestos, como adultos, a organizar y participar en juegos y ¿Por qué no? Volverse el show personal de los niños, con ciertos horarios, tanto para las responsabilidades, así como para los momentos de dispersión y no únicamente delegar el trabajo de la educación y formación en las clases virtuales, sino tomar las riendas y hacerse cargo de cuidar a los próximos ciudadanos del mundo, sin olvidar que, las y los niños, tienen la única obligación de crecer y aprender del mundo que los rodea, con amor y paciencia, jugando y re-creando su lugar en la historia y precisamente, de esta manera, logren entender a conciencia su lugar en el mundo.
Como se menciona anteriormente hay algunos expertos de la UNICEF, que ya hablan de la “generación perdida” del COVID-19 y la referencia no parece nada descabellada, porque, si esta “generación perdida” en un futuro, no muy lejano, tomara en sus manos la rebeldía de cuestionarse y entender, así como poner en evidencia la torpeza de las decisiones que nos han traído hasta aquí (la sobreexplotación de los recursos naturales,) sin duda alguna ellos tendrán la voluntad para rehacer el mundo, entonces, no todo habría sido en vano y quedaría claro que los perdidos siempre fuimos nosotros.
«En mis hijos, quiero reparar ser el hijo de mis padres: y en todo el futuro, quiero reparar este mismo presente» – Nietzsche-