Por: Mario D. Kuma
1 de abril, 2021.Ciudad de México.
La escuela virtual es una realidad emergente que surge de la necesidad de continuar con la educación sin exponer a los estudiantes al contagio, pero qué a su vez ha traído consigo nuevas problemáticas, retos y futuras consecuencias con las que tendremos que lidiar como sociedad.
En diciembre de 2019 ya se leían noticias que ponían en la mira del mundo entero a Wuhan, personalmente no sabía dónde se ubicaba, pero para mi sorpresa resultó no ser un laboratorio de película de ciencia ficción, sino una bella ciudad; Capital de la provincia Hubei, en China, con más de 11.000.000 de habitantes, un poblado comercial con lagos y parques, con una historia a cuestas de más de 3.500 años que guarda reliquias, y que hoy es el centro político, financiero, económico, comercial y cultural-educativo de China Central. Por allá de esos días se rumoraba que había surgido un virus; surgieron preguntas sobre el origen y la expansión del mismo, pero fueron noticia corriente.
Desde los primeros casos declarados por la nueva sepa de coronavirus (SARS COV-2 COVID-19) en China y su propagación mundial, hasta la declaración de pandemia en marzo del 2020 en México, la letal enfermedad ha provocado una crisis sin precedentes en todos los ámbitos sociales; por supuesto la educación, al ser un sector político tan importante, no ha sido la excepción; esta emergencia ha dado lugar al cierre masivo de las actividades presenciales de Instituciones Educativas en más de 190 países, incluido México; medida implementada con el fin de evitar la propagación del virus y mitigar, en medida de lo posible, su impacto en sectores de la población que pudieran considerarse vulnerables.

Desde finales de marzo del 2020 en el ámbito educativo, gran parte de las medidas que México ha adoptado ante la crisis, se relacionan con la suspensión de las clases presenciales en todos los niveles, lo que ha dado origen a tres campos de análisis principales: Primero, el despliegue de modalidades de aprendizaje a distancia mediante la utilización de una amplia gama de formatos y plataformas (con o sin uso de tecnología); Segundo, el apoyo y la movilización del personal y las comunidades educativas; Y tercero, la atención a la salud y el bienestar integral de las y los estudiantes (en algunos casos y con vastas excepciones).
En un principio en abril del 2020, la declaración de emergencia sanitaria, tomó a todo México desprevenido, podía sentirse un clima de incertidumbre que dio paso al pánico al tener que hacer frente a tan delicada situación; el sector educativo tardó un par de semanas en poner en marcha la maquinaria, valiéndose de las redes sociales, tales como WhatsApp, Facebook y YouTube, que en ese momento posibilitaron la relación docente-alumno, al igual que la implementación de capacitaciones exprés de múltiples competencias digitales para miles de maestros, de tal modo, poder seguir con tan noble labor. Solo que la SEP (Secretaría de Educación Pública) olvidó un detalle, es decir, a toda la población que por diversas razones no podía tener acceso a un dispositivo móvil con conexión a internet, mucho menos a las redes sociales, ni hablar de plataformas como Classroom, Meet o Zoom.

Esa fue la tónica en el último trimestre de ciclo 2020-2021 que cerró trastabillándose, entre sí se cancelaba o no. La decisión fue continuar y gestar un plan para afrontar el siguiente ciclo escolar, mismo para el cual ya se vislumbraban nuevos retos y un plan de acción más detallado; Sí, las clases en línea y a distancia, así como la implementación del programa «Aprende en casa» el cual consiste en transmitir por canales de televisión abierta, y en algunas comunidades por radio, los contenidos educativos. Pero esto no hacía desaparecer la marginación ya existente, y era de esperarse que desembocaría en un gran rezago educativo y, por consecuente, en deserción escolar, al menos así lo confirmaba Esteban Moctezuma Barragán, Secretario de Educación Pública, a mediados de septiembre del 2020, sin embargo, ya no se reculó, el plan fue puesto en marcha y actualmente avanza con pasos de bebé, conforme el semáforo epidemiológico lo permite actualmente.
Así llegó el periodo vacacional de verano del 2020 el cual marcaba el término de un ciclo escolar y por consecuente, el inicio del siguiente, entre caóticos finales e inicios de generación, así como graduaciones y titulaciones frente a una pantalla e inscripciones con protocolos un tanto confusos y claro, con la pandemia en pleno pico de contagios y capacidad hospitalaria, pero con la presión social fomentada por el sector de la industria privada hacia el gobierno de modificar el semáforo instaurado por el Dr. López Gatell, para así poder retomar actividades financieras, aún cuando esto significase un retroceso en el intento de disminuir el impacto en la población por el riesgo a contraer COVID-19.
En este contexto se retomaba un nuevo ciclo escolar y para agosto de 2020 se lanza a la par del inicio de clases, el programa de «Aprende en casa 2» que daba continuidad a la apuesta de afrontar el reto educativo por medio de la señal de televisión y radio, de igual manera, haciendo uso de streaming en vivo por medio de las páginas oficiales e internet.
Ya es diciembre 2020, y se torna sombrío el receso escolar de temporada de fiestas decembrinas, el semáforo epidemiológico había cambiado a rojo de nuevo, se había alcanzado una cifra espeluznante de hospitalizaciones y decesos por COVID-19.

2020 culmina y llega el 2021 en medio de una crisis de sanidad mundial que había alcanzado su punto álgido; en medida de lo posible, se requirió una estrategia económica y de aprendizaje social que parta de la garantía de la organización de un sistema educativo paralelo al formal. El confinamiento de los más desfavorecidos no podrá
sostenerse en el tiempo. Si no se les ofrece una solución desde un Estado social, los trabajadores y los estudiantes tendrán que decidir entre exponerse al salir de sus casas o quedar atrapados en un círculo vicioso de entropía económica.
Del confinamiento para el distanciamiento social por pandemia, ya se ha cumplido un año y la educación en México ha sido desnudada. Hoy menos que nunca podría considerarse pública o gratuita.
La supuesta formación continua docente de la mal llamada Reforma Educativa, que se gestionó en sexenios anteriores, terminó dando la razón, por sí misma, a sus principales detractores, y sacó a relucir el desconocimiento de muchos docentes en las, hoy tan sonadas, competencias digitales, situación a la que los estudiantes de la autonombrada generación nativa digital tampoco eran ajenos y terminaron por ausentarse de los espacios áulicos, ya fuese por falta de algún recurso o desconocimiento acerca del uso de las plataformas.
Todo esto fue notorio en el consejo técnico de febrero del 2021, del cual surgió una oleada de memes que hacían mofa y burla de la apremiante necesidad de crear estrategias para entablar comunicación con los padres de familia de todos aquellos alumnos que no accedían a clases virtuales o no entregaban evidencias para su evaluación, en este caso más en concreto, los niños que por diversos motivos, necesidades o limitaciones, terminan por «esconderse» o brillan por su ausencia en los espacios virtuales.

Algo que llamó la atención, fue que la orden de “buscar estrategias para incentivar a los estudiantes” vino de arriba, y que parte de las burlas se desataron por algunos docentes, lo cual denota la falta de empatía y de una formación ética y política de los mismos, basta ver los casos de los docentes que ejercen en comunidades rurales y marginadas, que han implementado diversas formas de hacer llegar el aula a sus estudiantes, aun si esto representa un esfuerzo más allá de lo que cubre su cheque, es decir, destaca la vocación.
Como pedagogo comprendí que el compromiso estaba con las niñas y niños, con los estudiantes, y no con las instituciones, ni siquiera con los padres de familia; la situación misma me permitió motivarme a hacer de mi práctica profesional, un acto ético y estético.
Es menester comprender de forma inmediata y asimilar lo atípico del quehacer educativo, la pandemia nos tomó por sorpresa; nos dimos cuenta tardíamente de las limitaciones que tiene la cultura escolar para responder a las necesidades sociales. Me temo que, torpemente, se pretendió continuar como si no pasara nada y se quiso trasladar la escolaridad a los hogares, violentando la privacidad y el espacio que muchos ocupaban para escapar del caos del mundo.
La escuela tiene que evolucionar (es necesario y justo) para adaptarse a las nuevas condiciones de vida de los beneficiarios y eso implica cambiar las premisas bajo las que se acuña (horarios, jornadas, objetivos, contenidos, didáctica, recursos, etc.) Está en manos de todos los actores educativos, la responsabilidad de contener la impetuosidad del sistema por pretender ajustar la realidad a sus normas y dogmas; no es posible escolarizar la nueva realidad; el poder de la escuela menguó cuando se dejó de tener cautivos en las (j) aulas a esos pequeños.
En conclusión, es necesario transformar las denominadas aulas, por espacios académicos y no de adiestramiento, de ilustración y no capacitorios, es necesario reflexionar las maneras tan inhumanas de intentar uniformar a la infancia, la adolescencia (ya de por sí difícil en sí misma) de intentar obligar a que lo diferente sea “funcional”.